viernes, junio 24, 2022

Hofer, el perro II

 

Hofer, el perro II

 

Creo, estimado señor editor, que debemos cambiar el nombre de este relato, ya que mi nombre ya no es Hofer. Ahora es Hoferel.

 Sí pues. Como ustedes tal vez recuerden, yo fui el perrito que le regalaron sus padres a Yeshua ben Yosef, sí el mismo Jesús de Nazareth.

 Les contaba cómo él me puso por nombre Hofer, que significa excavador. Ah, de veras que eso no se los conté. Y como crecimos juntos, lo cuidé y lo protegí de sus enemigos, y que incluso llegué a dar mi vida por él. Y cómo pasaron los años hasta que lo dejé en manos de su ángel de la guarda, mi querido amigo Cassiel.

 Efectivamente pasaron los años y envejecí. Tengo que contarles que, aunque me costaba caminar, mi amo que ya era un joven hecho y derecho me cuidaba con mucho cariño.

Fallecí. Y fui enterrado bajo un antiguo olivo. Mi amo tuvo gestos conmigo que en aquel tiempo no eran muy comunes. Me envolvió en un manto de bordes azules, que según supe después, eran los pañales con que María lo había envuelto al nacer y que conservó por muchos años. Entiendo que no estaba muy conforme con esa decisión, pero consideró que me lo merecía.

Comprenderán que, si les estoy contando esto, es que algo pasó. Vamos para allá.

La cosa es que en cuanto cubrieron mi cuerpo con tierra hicieron una oración de agradecimiento y se retiraron. ¿Todos? No. Cassiel se quedó un rato más.

Cuando estuvo solo, me llamó. - Hofer, Hofer. Ven te estoy llamando. Te necesito.

Escuché “te necesito” y mi espíritu perruno salió de ese cuerpo en la tierra. Me sacudí y le di una lengüeteada como si no lo hubiese visto por siglos. Me dijo que me calmara y que si quería seguir acompañando a Jesús. - ¡Por supuesto!, le dije. -¡Excelente!- me respondió. Vamos a hacer algunos cambios, eso sí.

Yo estaba expectante y mi colita se movía con gran agitación.

Lo primero es que ya no tienes un cuerpo físico. ¿Cómo qué no?, dije yo. Si mi cola se mueve y mi corazón late acelerado. Mira bien, prosiguió.

Volví a mirarme y era verdad. Solo era el recuerdo de lo que alguna vez fui. Pero yo me sentía como un perro nuevo.

 Vas a ser un ángel, el primero de todos los perros ángeles del mundo. ¿Estás de acuerdo?

 -      ¡Por supuesto!, ladré con entusiasmo.

Tomó algunas aceitunas del olivo y batiéndolas entre sus manos hizo un aceite, un óleo sagrado que puso sobre mi cabeza, sobre mi espalda y finalmente en mi lengua. Eso último me desconcertó y le hice un ademán de incomodidad.

Se rio y me dijo, ahora mírate.

Me dijo, ahora eres un ángel, porque el Padre te necesita. Tu nuevo nombre será Hoferel, el perro excavador de Dios.

Ladré y sentí que las palabras brotaban, los pensamientos de los hombres me eran comprensibles y la sabiduría de los ángeles no me era indescifrable. Tenía sí que prestar atención, lo que siempre me costó en la vida.

Mi apariencia era la que recordaba de joven, pero ahora tenía alas. Era raro y entretenido.

 Tienes 3 pares de alas, como los serafines, dijo.

 -      Es genial-, le respondí.

 -      Vamos a lo nuestro. Te necesito para varias cosas-, dijo sin darme mucho tiempo para adaptarme a mi nueva condición.

Lo primero es que debes saber que podemos viajar en el tiempo y en el espacio. El futuro, sólo podemos observarlo. Y en el pasado, solo aquello que se te indique. Podemos cambiar de forma, hacernos entender por quién sea. Podemos ser amables o atemorizantes. Todo dependerá de nuestra misión. - ¿Estás de acuerdo?, volvió a preguntar.

Volví a responderle ¡por supuesto!, pero ya notaba la diferencia de trato. Antes recibía órdenes. Ahora me preguntaba si daba mi aprobación. Eso me hacía sentir muy orgulloso y feliz.

La primera misión -señaló- va a ser enfrentar de nuevo a los poderosos molossus.

Vamos para allá - le dije sin titubear.

En un segundo estaba de nuevo en aquella horrible escena en que los dos molossus intentaron atacar al pequeño Jesús. Es probable que no sepas que esas criaturas eran unas bestias feroces, antepasados de los actuales mastines, máquinas de guerra sin contemplaciones con sus víctimas.

Y allí pude ver a Cassiel alzando una gran espada con la que enfrentó a esas bestias. Lo que no recordaba es que en ese instante se cubrió con una armadura de color plateado brillante como la luz del sol. Vi al antiguo Hofer enfrentando con valentía al otro. Cuando mi antiguo yo estuvo en el suelo herido, Cassiel me dijo -es tu turno, ¡ataca! Recuerda que puedes ser cualquier cosa que quieras.

Me lancé contra él como un salchicha, pero luego me convertí en un rinoceronte, luego en un tábano y en un león. Lo volteaba, le mordía las patas, el vientre. Lo golpeaba una y otra vez. Luego me tornaba en un pequeño insecto que lo hostigaba.  Solo él podía verme y sus amos romanos no lograban entender contra quién luchaba. Eso los trastornaba ya que incluso los atacaba a ellos. No demoraron mucho en tomar la decisión de sacrificarlo y huir con gran vergüenza.

Cuando lo mataron levanté mi patita y lo oriné.

Cassiel me miró con cara de “¿Era eso necesario?” Yo me hice el leso y le eché un poco de tierra. Debo confesar mi satisfacción. No puedo ocultarlo.

Pude ser testigo del orgullo que todos sintieron del Hofer del pasado. Pero había quedado muy muy mal herido. En realidad, me había hecho trizas ese bandido. Y pude ver el cariño con que me cuidó mi amo querido.

La siguiente misión es menos conflictiva, pero no menos importante, dijo. Jesús nace en un pesebre y tenemos que prepararl. Yo les anunciaré a los pastores y tú debes arreglar eso. No va a haber seres humanos, solo animales de granja. Seres sin más interés que solo alimentarse y defecar.

 -      Listo -, le señalé.

Me dejó en Belén. Pude ver a mis queridos José y María pidiendo un lugar donde tener al niño. Pero las hospederías estaban llenas y las familias desconfiaban de estos extranjeros.

Alguien finalmente les ofrece el pesebre en que guardaba animales por la noche. Ellos se miraron con una mezcla de pesar y de aceptación, y emprendieron camino para allá.

Como estaban cerca, debí retroceder en el tiempo y entré a esa cueva. Era un lugar inhóspito, francamente horrible e insalubre. Yo entré y les hablé a los animales, y les dije que debían ordenar el lugar. Una vaca me miró con absoluto desdén y le dijo al buey - Mira este perro chico, que bullicioso que es.

Me acordé de la unción de mi lengua. Así que comencé a mugir, cacarear, rebuznar y lo que fuese necesario para que me entendieran.

Allí me miraron sorprendidos todos los animales. Y les explicaba que el rey del universo nacería aquí y que todos debíamos transformarlo en el lugar más digno de tal huésped.

Todos los animales presentes, hasta las hormigas, los pájaros y las gallinas se dieron a la tarea de sacar las basuras, ordenar, traer de un colgador cercano un pañal para el niño, las abejas trajeron ramas de lavanda y otras plantas aromáticas. Las ovejas prepararon la cuna con sus propios vellones. Todos se movían coordinados de un lugar a otro, se emperifollaron y esperaron al ilustre visitante.

Al llegar José, María y la partera quedaron sorprendidos que el modesto lugar no olía a heces u orines, sino a flores, a miel, a lana nueva, y que los animales parecían esperarlos. José incluso hizo un chiste sobre eso.

Los animales guardaron respetuosa distancia y silencio, el que se alteró tras el breve llanto del niño, ya que todos querían conocerlo. Yo aprovechando mis alas, me alcé sobre todos ellos y pude ver al pequeño sonriéndome. María estaba cansada pero contenta.

 Así seguí por muchos años hasta que me tocó acompañar a mi Señor hasta su calvario.

 Créanme que ardía para intervenir y quitárselo de sus captores, pero Cassiel me advirtió que solo seríamos espectadores. Él mismo se hubiese puesto su armadura y levantado sus armas para defenderlo, pero con pesar me dio el ejemplo.

Lloré a raudales por mi amo. Pregunté si al menos podía lamer sus heridas y ante la aprobación de Cassiel me día a esa tarea. Él me agradeció en voz baja, casi en un susurro. Hasta que levantó la voz para expirar.

Allí mis ojos se abrieron para ver a un ejército de ángeles que lloraban con nosotros, a horribles demonios que celebraban y a los cuales hubiese querido morder en sus partes nobles.

Cassiel me dijo que debíamos tener fe. Tú sabes que él te trajo de vuelta a la vida, así que debes confiar en él, me dijo con autoridad.

Bajé mi cabeza con vergüenza y le dije - Solo soy un perro que ama a su Señor y que sufro y me alegro con él. Esperaré.

Cassiel me llevó a la tumba en el amanecer del domingo y yo pude ver como se levantó de la tumba.

Lamentablemente un perro ángel no es un testigo válido, como tampoco lo eran las mujeres que lo vieron. Pero ustedes deben saber que ellas y este servidor fuimos los seres más felices del mundo. ¿Dije el mundo? No. De la historia.

 Así que queridos amigos, especialmente ustedes artistas de lo sagrado, si van a dibujar o esculpir ángeles o la corte celestial, no se olviden que también hay un paticortas con tres pares de alas allá en el firmamento.  No una, sino tres pares de alas.

 

 

 

 

jueves, octubre 07, 2021

 Hofer el perro.

 

Estoy llegando al final de mis días terrenales. Bueno, en realidad es la segunda vez, por eso mismo quiero contarles mi historia.

 Mi nombre es Hofer. Así me bautizó mi pequeño amo. 

 Lo nuestro fue una historia bonita. Debo asumir, con agradecimiento, que la Providencia ha sido buena con este humilde perro.

 Comencemos desde el principio. No es muy original, pero ¿qué esperan? Soy un perro, un orgulloso teckel, o lo que ustedes conocerán en el futuro como salchicha o dachshund. Y los perros somos seres simples y no andamos con rodeos.

 Mi amo es ya un joven, pero cuando nos conocimos era solo un niño, pero un niño muy particular.

 Ah, dirán ustedes, ¿qué niño no es especial para su mascota? Pero yo no he sido solo su mascota, yo era su guardián, pero también era una lección.

 Llegué a su vida de las manos de un comerciante egipcio amigo de sus padres, José y María. Un muy querido amigo que conocieron en su exilio en Egipto, era el amo de mis padres, dos de los más bellos ejemplares orgullosos descendientes de canes de los faraones y de los reyes más poderosos de África. Mi estirpe se remonta a muchos cientos de años atrás, por lo que era, a juicio de él, el digno regalo para el descendiente de David.

 Recuerdo como siendo un cachorro muy pequeño, mi ama María le dijo a mi amo Jesús, después de que se les perdió en el templo lo siguiente:


  • Mira hijo, te entregaremos un don. Y me entrega en una caja de madera con hoyos y una cinta celeste. El abrió los ojos con expectación. Y ella le dijo “Este cachorro, es un perrito muy especial, tanto como tú lo eres. Ahora es tu responsabilidad y deberás cuidar de él como nosotros cuidamos de ti. Debes entender que su bienestar o malestar dependerá de tus cuidados. Te alegrarás con sus travesuras y te entristecerás con sus dolencias. Eres pequeño, pero nos has enseñado que Dios ha puesto una enorme sabiduría en tí y ahora nos demostrarás que ese talento puede hacer el bien a otros”.

Mi pequeño amo me tomó en sus manos y me sonrió con mucha dulzura, mientras yo trataba de zafarme de él para correr por el taller de José su padre, que estaba lleno de apetecibles trozos de madera. Fue una ardua lucha, pero después de un rato me tranquilizó y me entregué confiado.

Comprenderán la maravillosa vida de un cachorro rodeado de retazos de madera que morder junto a un niño que corría tras de mí. 

Pasamos juntos momentos muy hermosos, especialmente cuando corríamos persiguiendo a los madanes o conejillos de roca. Lo malo es que tenía estrictamente prohibido cazarlos. Cuando alcanzaba a uno el ángel de la guarda de mi amo me lo arrebataba a último minuto. Me demoré mucho en entender la brutalidad de mi actuar hasta que fui víctima de la violencia de otros más poderosos que yo, pero esperen ya les contaré de eso.

Déjenme contarles de mi amistad con su ángel de la guarda. Era un ángel muy choro y por eso me caía muy bien. Los teckel jamás nos achicamos ante nadie y por eso empatizamos muy bien con ese amigo espiritual que tenía dos nombres, uno secreto, impronunciable y solo de conocimiento de él y de Dios, y uno público, que puedo revelarles, Cassiel. 

Cassiel era bravo. Muchas veces salvó a Jesús de muchos enemigos. Uno de los más insistentes era una criatura que acechaba a mi pequeño amo en cuanto salía de su casa, pero a la cual le estaba impedido el ingreso al hogar, pero como era más porfiado que yo intentaba ingresar una y otra vez, y al hacerlo sufría quemaduras horribles, para las cuales el único consuelo era refugiarse a la sombra de las casas vecinas, mientras yo lo correteaba. Aun así, una y otra vez lo intentaba molestar, pero entre Cassiel y yo lo manteníamos a raya. Lamentablemente yo me llevaba los retos por ladrar y morder a “nada”. Los miraba y trataba infructuosamente de decirles, ¿pero cómo no ven la criatura horrible?, ¿no sienten su putrefacto olor?. Yo me lamía con agitación el trasero para indicarles que era peor que mis glándulas anales. Pero nada. El tiempo me hizo aprender que tendría que ser un secreto entre Cassiel y yo, y que nadie era capaz de ver a ese demonio rata.

Pero, los peores enemigos fueron un par de molossus, unos seres con apariencia de perros, enormes, feroces, pero que en realidad eran demonios y de los peores. Los romanos que los usaban para la guerra, disfrutaban intimidando a los judíos con tan brutales animales. En una ocasión en que José, María y Jesús regresaban de la sinagoga fueron sorprendidos por estos y soltando sus cadenas corrieron trastornados a matar al niño. Cassiel sacó una espada, que nunca le había visto y le cortó la cabeza al primero, mientras los amigos y vecinos gritaban de horror, el otro la escabulló y ante ese gesto yo me lancé a su yugular. No fue una batalla equitativa. Pero eso no era algo que yo consideraría. El bruto herido y todo, hizo que lo soltara y allí me agarró entre sus fauces, me zamarreó y me lanzó lejos. Los vecinos y amigos lograron ahuyentarlo tirándoles todo lo que tenían a mano, y los romanos se lo llevaron. Pero como estaba tan agitado que ni a sus amos respondía, los romanos optaron por sacrificarlo, mientras el pueblo les seguía lanzando cosas, por lo cual debieron retirarse muy enrabiados.

Mientras yo yacía junto a los míos mal herido, la gente celebraba al pequeño héroe. Nadie se preguntaba qué había ocurrido con la primera bestia. Suponían que su propia cadena lo habría decapitado. Solo Cassiel y yo conocíamos la verdad.

Las heridas que me provocó eran mortales. Yo estaba agonizando mientras todos consolaban a mi amo, y lo felicitaban por un perro tan noble y tan fiel.

Jesús preguntó a su padre si podía cuidarlo y sanarlo. José que era un hombre de pocas palabras asintió, aunque todo le indicaba que no había nada que hacer. Jesús sollozando insistió ¿puedo hacer lo que sea necesario para curarlo? Hazlo, hijo. Fue la respuesta que obtuvo. 

Mi buen amo me tomó y me llevó a un rincón del taller y allí junto con Cassiel hicieron una oración que no recuerdo bien, ya que mi vida se apagaba. Solo recuerdo que dijo lo siguiente: 

  • Padre, él es más que mi perro, es mi amigo, no te lo lleves. Es mi otro ángel guardián. Ya sabes que lo voy a necesitar más tiempo. 

No supe más. Mis ojos se cerraron y mi corazón dejó de latir. 

Y luego de la nada mi cola comenzó a moverse con voluntad propia. Aun adolorido abrí los ojos y pude ver su cara que mezclaba lágrimas y un enorme gozo. No pude lengüetearlo, porque apenas tenía fuerza. 

Me dijo “mi querido Hofer, Cassiel y yo cuidaremos de tí. No te aflijas”.

Yo solo quería preguntarle, cómo estaba, si le habían hecho algún daño. Pero debí asumir que ahora yo debía ser protegido. 

Como comprenderán, me recuperé. Y fuimos compañeros muchos años. 

Ahora ya estoy viejo y él es un joven con un amplio futuro.

No lo dejo solo. Lo dejo a cargo de un bravo, de un custodio que, si hubiese nacido perro, sería el mejor paticortas del mundo.  

 




















martes, junio 15, 2021

¿Dónde está tu hermano?

Y Dios me preguntó:

- Cain, ¿dónde está tu hermano?
Y yo respondí:
- Acá está a mi lado, bueno y sano. ¿Por qué lo preguntas, Señor?
El buen Abel con su cara de pavo, y sus ojos grandes, asintió.
Y Dios sonrió.

lunes, marzo 15, 2021

Hasta siempre, Esteban.

 

Hasta siempre, Esteban

1er lugar Concurso Relatos de pandemia Universidad Miguel de Cervantes.

 

Estimada Claudia, excúseme el atrevimiento de dirigirle estas palabras en estos momentos de tristeza.

Quisiera expresarle a nombre mío y de mis compañeros de trabajo nuestro pésame por la muerte de su hermano, nuestro querido cartero Esteban. Pese a que sólo lo veíamos un ratito lo extrañaremos. Ya no podremos bromear con él y alegarle por los paquetes pendientes.

No sé si les contaba como lo molestábamos cuando llegaba 5 para las 2 de la tarde, casi a la hora de nuestro almuerzo con su correspondencia. Y le decíamos: “No podís llegar a esta hora, ya no atendemos a nadie”, pero él ponía su sonrisa bonachona y no nos quedaba otra. Sabíamos que sus promesas de “No, sí mañana llego temprano”, eran puro chamullo, pero simulábamos creerle. Y más encima al revisar las cartas nos encontrábamos con personas que ya no trabajaban con nosotros o desconocidos que teníamos que verificar si eran funcionarios. Y él muy agudo nos decía, “pero si es la Carmencita, como no la van a conocer”.

Aunque lo veíamos muy poco, desarrollamos un cariño entrañable por él, y por eso nos preocupó cuando llegó tosiendo, pero él minimizaba esas cosas. Eran parte de la pega, aseguraba.

Una vez que se había ido, nos pusimos a desinfectar el lugar y él regresó sorprendiéndonos en el acto. Menos mal que era un hombre con una simpatía y una alegría infinitas y se rio con nosotros de la situación.

Pero nos hemos enterado de que sufrió un infarto y le diagnosticaron COVID post mortem.

Probablemente para muchas autoridades será solo un caso más, un guarismo más. Uno más de los tantos que han muerto y que debieron ser enterrados en un ataúd sellado sin la presencia de sus seres queridos. Uno más que fue despedido desde lejos.

Pero para nosotros era nuestro cartero y ya no estará con nosotros, ni con ustedes.

Pese a no conocerla personalmente, sienta un gran abrazo de parte nuestra.

Lo que es yo, tengo la certeza que Esteban está entregando una carta de amor allá arriba, en el infinito, un poco tarde, pero con su sonrisa de siempre.

 

 

 

 

 

Leopoldo Quezada Ruz

Enero, 2021.




miércoles, noviembre 18, 2020

 Destino universal de los bienes y el bien común.

Uno de los más importantes principios de la Justicia Social según la ética cristiana y que se origina ya desde los primeros versículos de la Biblia, y que la Doctrina Social de la Iglesia ha destacado a partir de sus primeros documentos es el Destino Universal de los Bienes. Paradojalmente uno de los menos conocidos, y que está íntimamente ligado al Bien común.

El Catecismo católico, al respecto, señala “Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para que tenga cuidado de ellos, los domine mediante su trabajo y se beneficie de sus frutos (cf Gn 1,26–29). Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano. Sin embargo, la tierra está repartida entre los hombres para dar seguridad a su vida, expuesta a la penuria y amenazada por la violencia” (Catecismo 2402). El Magisterio de la Iglesia, al respecto ha señalado desde hace mucho tiempo sobre la propiedad, que, si bien, la apropiación de bienes es legítima para garantizar la libertad y la dignidad de las personas, para ayudar a cada uno a atender sus necesidades fundamentales y las necesidades de los que están a su cargo (Cat. 2402), existe sobre ella una “hipoteca social” (Enc. Sollicitudo rei sociales 42), es decir que, la tradición cristiana no acepta el derecho a la propiedad privada como absoluto e intocable, al contrario siempre ha expresado que la propiedad privada es “en su esencia, sólo un instrumento para el respeto del principio del destino universal de los bienes, y por lo tanto, en último análisis, un medio y no un fin” (Compendio DSI 177), y por tanto sujeta a un fin social, cual es el bien común, vale decir, “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección” (Comp. DSI 164).

Nadie puede afirmar como Caín: “No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?” (Gen. 4,9). Cada uno está llamado a “colaborar, según las propias capacidades en su consecución y desarrollo” (Comp. DSI 167). Los cristianos no podemos desentendernos de la participación en la política como un medio inevitable de ejercer la caridad con el prójimo. “El criterio básico de la participación de los cristianos en la vida política ha de ser siempre la consecución del bien común, como bien de todos los hombres y de todo el hombre”. (Simposio De Doctrina Social De La Iglesia en el 40º Aniversario de Pacem in Terris, Conferencia episcopal española, 2003).

Sería fácil mirar para el lado o responder cínicamente como Caín a la invitación a participar, a construir el bien común, pero de manera alguna puede afirmarse que no estamos convocados a trabajar junto con otros para construir una sociedad más justa.

El Padre Hurtado en una de sus más hermosas reflexiones criticaba la pusilanimidad, de quien cree que no vale nada, o que su esfuerzo no tiene ninguna relevancia. El mismo Jesús, que todo lo puede, ante las multitudes hambrientas les dice a sus discípulos (que sólo tenían un par de peces machucados y cinco panes duros) “denles de comer” (Mt. 14, 13-21), haciéndolos responsables, pese a sus pobres recursos, del bienestar de otros, y estos pocos panes y peces en sus manos alimentan a millares. Esa modesta contribución deja satisfecho a una multitud.

¡Qué emoción nos ha producido ver a un joven deteniendo los tanques en Tiananmen, a otro en Santiago o en Lima, resistiendo la injusticia como diciendo “yo puedo cambiar la historia”!

Decía el Padre Hurtado que, “uno es santo o burgués, según comprenda o no esta visión de eternidad. El burgués es el instalado en este mundo, para quien su vida sólo está aquí. Todo lo mira en función del placer”. No tiene ninguna conciencia de lo que decía el personaje de la película El gladiador, Máximo Décimo Meridio, “lo que hacemos en vida resuena en la eternidad”

El destino nos interpela: ¿Estás dispuesto a vivir, como pocos, con heroísmo y pararte delante del mal, ya sea un tanque o la opresión?, y preguntarte, ¿qué haría Cristo en mi lugar?



jueves, junio 11, 2020

Después de la pandemia... ¿Qué?


Después de la pandemia... ¿Walking dead?


Por qué The Walking Dead no usa la palabra "zombie"?




El desarrollo de la pandemia de Corona virus o Covid 19, me ha provocado una reflexión, a la que le he dado muchas vueltas. ¿Cómo será el mundo después de la pandemia?, ¿seremos mejores?, ¿seremos peores?, ¿qué instituciones aparecerán o desaparecerán?

Al revisar la historia me encuentro en que tras muchas tragedias la humanidad experimenta un proceso de introspección, y genera obras culturales e instituciones que siendo testigos de situaciones que han puesto a prueba la humanidad, toman conciencia de la fragilidad de la vida, de la paz y de la justicia. 

 fragilidad

Consideremos en primer lugar a la peste negra (1347 a 1353), la cual fue un trágico episodio que significó la muerte de millones de personas en Europa (Se calcula un tercio de la población), y provocó importantes cambios merced al desplazamiento de la población y al impacto que significó tomar conciencia de la precariedad de la vida.

Hubo pueblos que desaparecieron completamente y otros vieron mermada su población. Muchos huyeron a lugares remotos para que no los alcanzará la peste. No faltaron las respuestas fanáticas, como las de quienes culparon a los judíos y los asesinaron a mansalva ya que sus hábitos higiénicos, que los hacía mejores candidatos para enfrentar la enfermedad transmitida por las pulgas de las ratas, los presentaba como “sospechosos” de haber causado la enfermedad.

No faltó quienes buscaron explicaciones mágicas o astrológicas, y quienes actuaron fanáticamente viajando de un lugar a otro flagelándose públicamente para expiar sus pecados y de esta forma "calmar la ira de Dios" y buscar la salvación al margen de la Iglesia por sus propios méritos, sin darse cuenta de que de esta forma contribuían aún más a la expansión de la peste. Me imagino por un segundo a esas muchedumbres sanguinolentas y cubiertas de polvo y ceniza y peste, recorriendo los caminos medievales y pienso en lo terrorífico de la escena, lo que sumado a la mortandad de esta enfermedad presentaba un cuadro muy poco esperanzador.

Pero la peste terminó, aunque cada cierto tiempo llegaba de visita, sin causar la magnitud del daño de ese periodo.

El mundo que emergió fue distinto. Para los campesinos ingleses, el siglo XV fue una época dorada de prosperidad y nuevas oportunidades. La tierra era abundante, los salarios elevados y la servidumbre casi había desaparecido. Pero instituciones gravitantes durante siglos como el Sacro Imperio Romano Germánico y la Iglesia Católica se debilitarían, lo que sería acompañado por una profunda crisis económica derivada del anquilosamiento del sistema feudal, y la decadencia de las artes y las ciencias, lastradas por una teología demasiado rígida.

Ante la decadencia, los principales centros académicos europeos buscaron regenerarse a través del retorno a los valores de la cultura clásica grecorromana. A su vez, comenzó a fraguarse una nueva sociedad fundamentada en el auge de los nuevos estados centralizados, con poderosos ejércitos y administraciones burocratizadas —inicio del autoritarismo monárquico preconizado por Maquiavelo—, así como en el crecimiento demográfico y una economía centrada en una nueva clase social emergente, la burguesía, que puso los cimientos del capitalismo y una economía mercantil y preindustrial; todo ello coadyuvado por el progreso técnico y científico experimentado durante este período, fundamentado en la imprenta y la consiguiente velocidad de difusión de las novedades.

Surgió así una visión del mundo más antropocéntrica, desligada de la religión y el teocentrismo medieval, en la que el hombre y los avances científicos supondrán la nueva forma de valorar el mundo: el humanismo, un término inicialmente aplicado a los especialistas en disciplinas grecolatinas (derecho, retórica, teología y arte), que se haría extensivo a filósofos, artistas, científicos y cualquier estudioso de las diversas ramas del conocimiento que comenzaron entonces a aglutinarse en un concepto de cultura general.

En Italia, el epicentro de la cultura renacentista, la división del territorio en ciudades-estado con diferentes regímenes políticos —repúblicas como Florencia o Venecia, estados monárquicos como Milán y Nápoles o el dominio papal en Roma— propició el ascenso de una élite económica que patrocinó la cultura y el arte como instrumentos de propaganda del estado, cada uno rivalizando con los demás en magnificencia y esplendor. La educación se volvió más accesible, dejando de estar circunscrita al clero, y se favoreció el debate intelectual, con la fundación de universidades y el patrocinio de la literatura. Surgiría así el Renacimiento. 

Resurgirían así las antiguas formas arquitectónicas como el orden clásico y la utilización de motivos formales y plásticos antiguos. Asimismo, se tomaron como motivos temáticos la mitología clásica y la historia, así como la adopción de antiguos elementos simbólicos. Con ello el objetivo no era efectuar una copia servil, sino la penetración y el conocimiento de las leyes que sustentan el arte clásico. Surgiría una nueva «relación con la naturaleza», que iba unida a una concepción ideal y realista de la ciencia. La matemática se va a convertir en la principal ayuda de un arte que se preocupa incesantemente en fundamentar racionalmente su ideal de belleza. 


El Renacimiento cambió a Dios, que había sido en centro de todo durante la Edad media, y lo reemplazó por el «hombre» medida de todas las cosas. La figura humana es de esta forma el nuevo centro de interés de los artistas, que estudian con prolijidad la anatomía para hacer una representación fidedigna, al tiempo que valora aspectos como el movimiento y la expresión.  Las clases altas patrocinan y encargan obras de arte constantemente, ya que el arte era visto como un instrumento de prestigio y refinamiento, lo que condujo a un momento de gran brillantez en todas las disciplinas artísticas. 

Fue una época de esplendor. Luego vendría la caída del Imperio romano de Oriente, el descubrimiento de América, la apertura de nuevas rutas, el surgimiento del Imperio Español, la Reforma, las guerras religiosas, la Contra reforma y el mundo volvería a experimentar guerras atroces.

Consideremos otro momento, la Segunda Guerra mundial, que dejó millones de víctimas, ciudades destruidas y pueblos arrasados, y miles de personas desplazadas. Nuevamente se veían a miles de personas famélicas desplazándose de un lado a otro en busca de mejores horizontes. Debe haber sido un momento profundamente desesperanzador para los derrotados y muy confuso para los ganadores. 

Afortunadamente hubo una generación de grandes líderes que entendió la necesidad de construir una nueva Europa, generando alianzas con los antiguos enemigos, instituciones que velasen por la cooperación, la resolución pacífica de los conflictos y la adopción de la Carta Internacional de Derechos Humanos, como expresión de la obligación de los estados de proteger estos derechos, lo que constituye indudablemente uno de los mayores hitos de la humanidad.

A todo esto, querido lector, te preguntaras qué tiene que ver Walking Dead con esto. Calma, para allá vamos.

Siempre me ha fascinado este sub género del cine del terror, que, si bien tiene antecedentes en mitos y en cierta literatura fantástica, es en el cine que alcanza su cenit, ya no constituyéndose solo como un fenómeno particular, sino como la presentación de una tragedia de carácter global, un "apocalipsis zombie", que pone a la humanidad "patas pa' arriba"

En efecto, la imagen visual de los zombies, muertos vivientes, carentes de racionalidad, sentimientos, y que solo tienen como motivación un apetito voraz de seres vivos, es una de las imágenes más potentes del cine.

Habitualmente en este tipo de películas o series, los seres humanos son sorprendidos por la aparición de un tipo de contagio que hace que los muertos se levanten y comiencen una orgía de sangre. Las autoridades son incapaces de responder y pequeños grupos de seres humanos tratan de sobrevivir, unos colaborando entre sí y otros siendo brutalmente malvados.

Siempre he pensado que hay algo religioso en esta figura, una suerte de antítesis de la resurrección cristiana. Vuelven a la vida, pero ya no tienen espíritu. Sus cuerpos no son gloriosos, como el de Cristo tras su resurrección, sino que son restos descompuestos que pueden moverse y comer. No saben a dónde van, pero tienden a agruparse buscando aplacar un apetito que no se satisface jamás. No son inmortales, pueden ser destruidos, habitualmente cortando la cabeza o quemándolos. No piensan, no tienen sentimientos, menos compasión, no reconocen la belleza. No construyen nada, solo arrasan. Su única motivación es consumir, quise decir comer. Al que muerden lo contagian y fallece transformándose en uno de ellos.

Sus antagonistas son habitualmente un grupo pequeño de seres humanos que trata de sobrevivir, recolectando lo que pueden para subsistir, y viviendo con el temor de ser atacados y contagiados por estos seres, entre los cuales se encuentran muchas veces los cuerpos de quienes fueron sus seres queridos, pero que ya no lo son. Pero estos sobrevivientes deben lidiar, muchas veces, con otros seres humanos que, ante la falta de autoridad y la inexistencia de la fuerza pública, sobrepasada o definitivamente desaparecida, adoptan las formas más brutales para sobrevivir a costa de los más indefensos. 

Me volverás a preguntar impaciente lector, ¿qué tiene esto que ver con la pandemia que aún estamos viviendo? Ahora viene la respuesta.

No es la primera, ni la última tragedia que experimentará la humanidad. 

Pero, tal como cada una de ellas, muestra lo mejor y lo peor de los seres humanos, la piedad y la crueldad, la cooperación y el egoísmo, la destrucción y la construcción de nuevos paradigmas. 

Lo mismo ha ocurrido en esta epidemia. Hemos sido testigos de gente muy noble, que ha dado incluso su vida por la vida de otros, y al mismo tiempo de personas con actitudes ruines buscando su propio beneficio o actuando sin racionalidad, sin empatía, sin preocupación por el otro, sin una mínima compasión. 

Los zombies son más que un recurso literario. Hay muchos entre nosotros. Caminan de un lugar a otro, conducidos por la masa o por alguien que les susurra buscando devorar algo sin pensar en el mañana. Apenas son conscientes de su existencia, menos la de los otros. Obligados a vagar de allá para acullá, no se detienen a disfrutar de la belleza. No la ven. No se detienen. No crean nada.  Pero allí están. y son muchos.

Entonces, ¿cómo será el futuro?, ¿qué mundo vendrá tras la epidemia?

No lo sé. Como me he hecho fan de Walking dead tiendo a creer que lo bueno y lo malo en el corazón de las personas se exacerbará. Y que si los queremos hacer el bien no nos avivamos nos comerán los zombies.

Por eso mismo, ¿tendremos entre nosotros a constructores de una nueva humanidad, lideres capaces de sacar la mayor potencialidad del ser humano? ¿Habrá entre nosotros algún Rick Grimes o alguna Maggie Greene, seres humanos nobles capaces de organizarnos y conducirnos a un futuro más seguro? 

Tampoco lo sé. Esperararé la próxima temporada.

lunes, mayo 11, 2020

Qué es el hombre

Se nos ha pedido en la U definir qué es el hombre con nuestras propias palabras. Les comparto mi definición:

Una definición con la que me identifico profundamente es la que nos da Nicanor Parra, en su Epitafio, “Un embutido de ángel y bestia”, ya que da cuenta de la doble naturaleza mortal e inmortal del ser humano, corporal y espiritual, benévola y maligna, un ser capaz de pecado y de virtud al mismo tiempo, pero hay algo que siento que falta en esta definición y es la que nos aporta Pascal en su reflexión sobre lo infinito, y el teólogo español Juan Alfaro, y es que el hombre es un ser lanzado al infinito. No es un ser detenido en su propia naturaleza o condición, es un ser -como dice el personaje Buzz Lightyear de la película Toy Story- lanzado, proyectado hacia el “infinito y más allá”, es decir es capaz de ser autotrascendente hacia lo que es su destino, “una realidad siempre abierta a algo más allá de si mismo, de sus propias conquistas y proyectos”.