miércoles, abril 15, 2020

Cuento El profeta


El profeta

Mi nombre es Andrés Ossandón. Soy sacerdote diocesano y  psiquiatra, un hombre de fe y de ciencia. Por esa misma razón he sido designado por el Arzobispado de Santiago para investigar un extraño caso: un diácono que supuestamente poseería poderes de profecía y premonición.

Con este fin he comenzado este diario en el cual relataré mis experiencias, las que remitiré junto a un detallado informe a mis superiores.

Día 1 domingo

Para ello debí llegar hasta una pequeña capilla de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen de Huechuraba, en dicha comuna del sector norte de Santiago, la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe, en que celebraba este diácono según fui informado. No quise llegar en mi automóvil, así que llamé un radio taxi para llegar como un simple feligrés. Por Dios que se dió vuelta el hombre para llegar entremedio de unos pasajes a la capilla en cuestión.

La capilla es un templo pequeño para capacidad de 150 personas, que se encontraba abarrotada. Llegué en medio de la homilía pronunciada por este hombre, un sujeto delgado, de unos 45 a 48 años, con oratoria carismática y una interesante argumentación. Concluye. Hace unos segundos de silencio y dice: “Como ustedes saben he sido autorizado por nuestro párroco para hacer dos anuncios”. Se hizo un silencio expectante en la asamblea y dijo -”Una persona que estaba hospitalizada muy grave acaba de fallecer. Sé que es triste, pero él pudo pedir perdón antes de partir y los ángeles lo han llevado hasta Dios”. Eso no tiene nada del otro mundo - dije- Todos los días muere gente y decir que los ángeles se lo han llevado es una frase de buena crianza. Luego miró con aparente dulzura a una dama quien estalló en llanto. Eso me inquietó. Tras ello dijo: “Un hermano que llegó tarde a esta celebración está enrabiado por haberse atrasado.Permítame decirle que si hubiese venido por su ruta habitual hubiese sido víctima de un grave accidente, pero la Providencia quiso que estuviese aquí”. Miré con disimulo mi Iphone y al revisar las noticias en Twitter pude verificar un mortal choque en la ruta que yo pensaba seguir. Eso me dio escalofríos. Pero aún podría ser parte de cosas que ocurren en nuestras ciudades y que no están vinculadas a dones o poderes sobrenaturales.

Observé con atención el desarrollo de la ceremonia y desde un punto de vista litúrgico no encontré nada que fuese reprensible. Aunque me sorprendió que el diácono acompañase algunos cantos con un rabel.

Al concluir la liturgia se ubicó en la puerta despidiéndose con mucha cordialidad de los asistentes. Yo lo observé un buen rato, luego se me acercó y me besó las manos diciéndome “Padre Andrés, lo estaba esperando”. Yo no vestía de cura y le había pedido encarecidamente a mis contactos que mantuvieran mi primera visita en absoluto secreto. Respondí su saludo con una sonrisa boba. Cuando regresé a mi casa me sentía francamente ridículo y me repetía: Andrés, no creas todo lo que ves.  Aplica juicio y discierne lo que has observado. El demonio se sirve de acciones aparatosas para engañarnos. No olvides que es el padre de la mentira. Aun así me costó conciliar el sueño.

Día 2 martes

He concertado una entrevista con el Padre Javier Meneses, párroco de Nuestra Señora del Carmen. Mañana me recibirá. Está al tanto del objetivo de nuestro encuentro y no manifestó ningún inconveniente, sino más bien se mostró muy dispuesto. Estoy expectante. Debo decirlo.

Día 3 miércoles

Llegué a la Parroquia que dirige el Padre Javier. Un hermoso templo que fue reconstruido en su mayor parte tras el terremoto que afectó a la zona central de Chile hace dos años. El Padre Javier es un hombre con un evidente sobrepeso, con apariencia de cura de campo. Ello y su risa fácil fue lo que me llamó más la atención al conocerlo. Me imaginé que este carácter benévolo favorecía el desarrollo de un personaje con una personalidad histriónica y manipuladora como debía ser el diácono que estaba investigando. 

Me invitó a pasar a la casa parroquial, un lugar muy sencillo, sorprendentemente oscuro, donde su madre una señora amabilísima como su hijo se desvivía por atendernos. Nos trajo dulces de cuanto tipo existen. Costaba resistirse, mientras pensaba en el riesgo para mi salud de engullir tal cantidad de calorías.

Le pregunté qué pensaba de este diácono, cómo lo conoció, qué pensaba de este “don”. Me señaló que ha sido un tremendo aporte a la comunidad. Lo conoce desde hace 5 años, de los 8 que lleva como consagrado. Y que ha sido testigo de muchas premoniciones acertadas, así como de profecías sobre diversos temas. Entiende que este don se habría iniciado mientras el diácono cursaba sus estudios. Me dio el nombre de varias personas a las que les ha hecho anuncios sobrenaturales, los que anote con el fin de contactarlos. Nos despedimos con un amable abrazo y me pidió copia de mi informe, a lo que le respondí que al menos las conclusiones generales se las podría compartir.

Dia 4

Entrevisto a la Sra. María Elisa B., viuda de Dn Pedro Bermudez. Me comenta que él pertenecía a una secta anticristiana y en una ocasión en que pasó por la casa del diácono en cuestión, este le recibió diciéndole, “Dn. Pedro, ¿cómo está? Lo esperaba” Sabía que allí vivía un diácono católico y eso lo excitaba mucho. Esa respuesta lo desconcertó pero pensó que lo conocía de alguna parte y prosiguió con lo suyo. Le preguntó si sabía que decía la Biblia para salvarse. La respuesta fue lo que jamás imaginó. - Su madre ora por usted para que abandone el camino que lo aleja de Cristo - Ante ello le preguntó con molestia cómo podía saber eso de su madre. Si ella había muerto hace varios años.  El diácono Juan le espetó: - Sí lo sé. Ella jamás aceptó que usted abandonara la Iglesia de Cristo- Eso le ha causado un gran sufrimiento y le ha pedido a la Santísima Virgen que usted regrese, pero eso Ud. ya lo sabe. Me relata a continuación -Mi marido se acordó de tres pesadillas seguidas que había tenido. En ellas aparecía la Virgen María y le decía: Tu madre me ha pedido que interceda por tí. Ella quiere que regreses a tu casa -. Él despertaba agitado y no le contó a nadie, salvo a mí. Ni siquiera a los ancianos de la Congregación. Más aún, el diácono le dijo que sabía porque se había unido a esa secta, por el dolor que le había provocado el abuso de que fue objeto cuando joven por un sacerdote traidor a sus votos. Le pidió perdón a nombre de la Iglesia y le dijo que ese hombre hoy sufría por sus pecados. Cuando se lo dijo el diácono Juan, él cayó de rodillas llorando. El anciano que lo acompañaba no entendía nada. Pero para mi marido eso fue como el encuentro de Saulo con el Señor. Lo demás no importaba, ni siquiera que nos quitasen el saludo y dijeran que había sido poseído por un espíritu malvado. Para Pedro, el demonio lo había abandonado.

Pero eso no fue todo. El diácono le pidió que se presentase ante el párroco y confesara sus pecados. Que debía prepararse para una penitencia dura pero que le allanaría el camino al encuentro con su madre, la propia, y la que desde el cielo imploraba por él.

Mi marido lo hizo- prosiguió con su relato-, pero en poco tiempo inició un grave cáncer. Eso me hizo rebelarme, pero mi marido con una dulzura que no puedo describir, me pidió confiar en la voluntad de Dios. Murió con sus sacramentos y pese al dolor partió en paz exactamente 144 días después de ese encuentro. El diácono Juan lo visitaba permanentemente y estuvo el día de su funeral. Sus palabras de esperanza fueron un tremendo consuelo para nosotros. 

Siento un tremendo agrado que el diácono en comento haya logrado que ese hombre volviera a la fe y hubiese tenido la posibilidad de morir siendo católico. Tal vez me equivoco al pensar en una intervención maligna. En lo que respecta a el episodio sobre la intervención de la Santísima Virgen estoy desconcertado.

Dia 5

Entrevisto a la Sra. Marta J., a quien el diácono le comunicó en la liturgia a la cual asistí que su marido había fallecido. Me recibe en una casa sencilla, en un living en que destaca una foto en que aparece ella, su marido y el diácono. Le doy mis condolencias. Me comenta que sepultó a su marido antes de ayer. Le pregunté si el diácono Juan sabía de la situación de salud de su marido. Me responde que por supuesto. Que siempre estuvo muy atento a la evolución de su salud, tras un accidente vascular que tuvo hace 2 meses, y que él mismo gestionó la visita de un sacerdote para recibir los sacramentos cuando tuvo un momento de aparente recuperación.

No parece bajo estas circunstancias algo especial suponer que iba a fallecer en el corto plazo, pensaba para mí. Consulto sobre la afirmación del diácono “Acaba de fallecer”. Me responde que él estaba en franca recuperación por lo que su propio marido le había pedido asistiese a la liturgia del Domingo para pedir por él, por lo que a diferencia de otros días no la acompaño en aquella mañana, y que de acuerdo a lo que le informaron sus hijos falleció justamente a las 10.15 hrs., hora que coincidió con el anuncio que hizo Juan.

Ella no duda de que el diácono Juan cuenta con dones de profecía y clarividencia, los que ocupa discretamente, procurando hacer el bien y sin beneficio de ello. Me pide no dudar del diácono y me insiste en que es un buen hombre. La escucho en silencio y le respondo que incluiré en mi informe lo que me señala.

Día 6

Entrevisto a la Jefa de Personal de la Municipalidad de Renca donde trabaja. Observo el espacio y pude observar por diversos elementos que la rodean que es una mujer muy creyente, probablemente protestante. Le consulto por nuestro diácono, qué hace, cómo evalúan su rendimiento y su conducta.

Me responde que esto es inusual, pero que entiende la doble naturaleza de este consagrado, funcionario para ella. Me señala que es un buen empleado, que trabaja como administrativo en la Dirección de Obras municipales y que sus labores son atender al público que requiere trámites propios de dicha Dirección relacionados con permisos de edificación y similares. Está calificado en lista 1, es decir de excelencia, cuenta con numerosas anotaciones de mérito por la gratitud de los usuarios. Saca una y me la lee “Gracias por la atención que nos brindó el Sr.  Juan Goméz, de la Dirección de Obras a mi y a mi madre ciega. Fue muy amable y parecía adivinar lo que necesitábamos. Para personas como nosotros que tenemos poca educación, personas como don Juan son una bendición del cielo. Diganle al alcalde que es muy buen funcionario y una excelente persona.” Firma la señora Petronila P.  Don Juan en cuanto diácono siempre nos ha colaborado- continúa su relato la Jefa de Personal- como cadenas de oración por colegas enfermos o inauguraciones. Sus homilías siempre son muy emotivas y acertadas, me señala. Le pregunto qué quiere decir con eso de “acertadas”. Me responde, que tiene una gran habilidad para decir la palabra justa en el momento preciso. Insisto y le consulto, si alguna vez ha dicho algo inusual, algo que pudiese considerarse, me demoro y le digo extraordinario. Toma aire, se echa para atrás y me dice - yo le puedo responder por mí. En una ocasión - me relata-  me llama muy temprano y me dice que no firme determinado documento. Que no me pregunte, pero que no lo firme por ningún motivo. A regañadientes lo dejé a un lado. Una funcionaria me llamó insistiendo en que lo firmara. Hice algunas consultas y me encontré que había sido adulterado y que la persona que insistía, quería obtener un beneficio que no le correspondía. No entiendo como lo hizo, pero me salvó el pellejo. Si ud. quiere saber si es un hombre de bien -me dijo mirándome fijamente- no tengo duda alguna. Si Dios obra en él de una manera misteriosa, como dicen ustedes, se lo dejo a Nuestro Padre celestial. Sé que el Espíritu Santo actúa de muchas formas.


Tomo nota y le agradezco su tiempo.

Caray, me digo. No sé qué pensar.


Dia 7


Finalmente logré que me invitara a su casa. Celebraré misa, él me asistirá y luego iremos a almorzar con su familia. He preparado una de mis mejores homilías

            Todo transcurrió normalmente. El hizo los servicios que le correspondía y pude apreciar, una vez más, el profundo cariño que la comunidad le dispensaba. ¿Un detalle especial? Me pidió autorización para cantar el Evangelio junto a su instrumento de cuerdas. Fue un momento muy sublime.

            Tras ello lo acompañe a su casa.

Su hogar es sencillo, el jardín bien cuidado, con flores y algunas hierbas aromáticas. Me detuve unos segundos en una mata de orégano a la cual no pude resistirme acercarme. Su mujer y sus dos hijas me reciben con mucho afecto. Me ofrecen un aperitivo, mientras su esposa sirve la mesa. Nos sirve carne al jugo con arroz. La comida está muy bien preparada y es abundante. Es evidente que procuran servirme una mayor porción, cosa que rechazo agradeciendo su gentileza. Les consulto cómo se conocieron y me narran que ello fue mientras estudiaban en la Universidad ella había sido detenida en una protesta universitaria y él se ofreció para visitar a las compañeras recluidas y llevarles algo para comer. Ya se había acabado lo que había traído y no había alcanzado para ella, por lo que él debió salir y comprar fiado algo para llevarle. Mientras recordaban se miraban con gran ternura. Luego se rieron recordando algunas anécdotas.

Se ven felices. Le pregunto si lo es.  Me responde que sí. Le consulto si carga alguna cruz. Me sonrió y me ofrece vino. Asiento y mientras cae el vino en mi copa, veo con horror  como en una película en blanco y negro en cámara lenta, a demonios con apariencia de bestias horribles con enormes fauces, que intentaban arrebatarle a sus hijas, pero no podían acercarse mucho. Casi instintivamente miré a mi alrededor y pude reconocer a mis propios demonios: Uno con apariencia de una suerte  de babosa gruesa, subía por mi pierna y yo lo trataba de expulsar. Era la lujuria. Otro con la apariencia de un animal con piel escamosa como serpiente, pero con una enorme melena como león, y que rugía,  al cual reconocí como mi orgullo.

En ese momento dejó de llenar mi copa. Todo volvio a la normalidad y me preguntó amablemente: Padre, ¿desea algo más?. Apenas balbuceé... No, gracias.

La familia continuó almorzando y riéndose de muchas cosas que no recuerdo. En realidad, la experiencia había sido fuerte para retomar la comida como si nada.

Se retiró la familia y quedamos los dos, le pregunté qué pensaba de este don y desde cuando lo tenía.

Apretó los labios e hizo un esfuerzo por recordar. No lo sé, me dijo. Siempre supe cosas - siguió relatando. Me acuerdo que hasta bien grande jugaba y conversaba con mi ángel de la guardia, lo que le inquietaba a mis padres que pensaban que tenía algún tipo de trastorno mental. Pero fue en la Escuela de diáconos en que me di cuenta que había recibido un regalo y no una maldición.  He tratado de que esté al servicio del bien y no de mi propio bien, concluyó.

Me quedé conforme con su respuesta. Lo sentí honesto.

Al despedirnos el diácono me pregunta si me puede hacer un regalo. Antes de que le responda me toma las manos y me dice: - Al terminar de confesar pregunte si queda algo, tomando las manos del penitente. Solo eso.

Una vez más me dejó perplejo y me retiré a mi casa pensando en el sentido de esta experiencia y que significaría este “regalo”. Luego me dí a la tarea de preparar el informe final al Gran Canciller del Arzobispado de Santiago, quien me recibirá la próxima semana.

Conclusión

Han pasado ya varios días de estos hechos. Mañana es la entrevista. Evidentemente informaré que no he sido testigo de nada contra la sana doctrina del diácono de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, Juan Gómez Bernales, y que este Ministro consagrado representa un tesoro que es necesario cuidar, que puedo concluir que manifiesta dones sobrenaturales de profecía y premonición de un origen no determinado. Los cuales se expresan de acuerdo a los límites que el párroco local le ha determinado y con un grado de prudencia y sabiduría notables.

Descarto absolutamente la posibilidad de un manejo utilitarista del vidente o alguna intervención maligna. Estos dones sólo se manifiestan con un sentido evangelizador, profundamente unido con sus pastores y con enorme generosidad. Por lo cual solicito orar fervorosamente por este diácono y protegerlo.

El suscrito no sólo da fe de lo anterior, sino que éste compartió parte de sus dones conmigo. En efecto, cada vez que termino de confesar a alguien pregunto, indicando sus manos, si me permite, y tomándolas fuerte entre las mías, vuelvo a preguntar si queda algo por confesar. En ese momento se hacen presente en el recuerdo del penitente todos aquellos pecados que no se atrevían a confesar y con gran aflicción me los han narrado, liberando a esa pobre alma de cuanto lo afligía. Evidentemente no puedo dar detalles, solo comentaré que han sido varias personas las que han confesado entre lágrimas cosas que estaban bloqueadas en sus recuerdos, incluido un hermano sacerdote.

Respecto a mis demonios, los que pude conocer en aquella visión, cada vez son más pequeños, pero no me relajo. Siempre hay que estar alerta con ellos. Nunca se sabe.



P.  Andrés Ossandón

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