El
profeta
Mi nombre es Andrés
Ossandón. Soy sacerdote diocesano y
psiquiatra, un hombre de fe y de ciencia. Por esa misma razón he sido
designado por el Arzobispado de Santiago para investigar un extraño caso: un
diácono que supuestamente poseería poderes de profecía y premonición.
Con este fin he
comenzado este diario en el cual relataré mis experiencias, las que remitiré
junto a un detallado informe a mis superiores.
Día 1 domingo
Para ello debí llegar
hasta una pequeña capilla de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen de
Huechuraba, en dicha comuna del sector norte de Santiago, la capilla de Nuestra
Señora de Guadalupe, en que celebraba este diácono según fui informado. No
quise llegar en mi automóvil, así que llamé un radio taxi para llegar como un
simple feligrés. Por Dios que se dió vuelta el hombre para llegar entremedio de
unos pasajes a la capilla en cuestión.
La capilla es un templo
pequeño para capacidad de 150 personas, que se encontraba abarrotada. Llegué en
medio de la homilía pronunciada por este hombre, un sujeto delgado, de unos 45
a 48 años, con oratoria carismática y una interesante argumentación. Concluye.
Hace unos segundos de silencio y dice: “Como ustedes saben he sido autorizado
por nuestro párroco para hacer dos anuncios”. Se hizo un silencio expectante en
la asamblea y dijo -”Una persona que estaba hospitalizada muy grave acaba de
fallecer. Sé que es triste, pero él pudo pedir perdón antes de partir y los
ángeles lo han llevado hasta Dios”. Eso no tiene nada del otro mundo - dije-
Todos los días muere gente y decir que los ángeles se lo han llevado es una
frase de buena crianza. Luego miró con aparente dulzura a una dama quien
estalló en llanto. Eso me inquietó. Tras ello dijo: “Un hermano que llegó tarde
a esta celebración está enrabiado por haberse atrasado.Permítame decirle que si
hubiese venido por su ruta habitual hubiese sido víctima de un grave accidente,
pero la Providencia quiso que estuviese aquí”. Miré con disimulo mi Iphone y al
revisar las noticias en Twitter pude verificar un mortal choque en la ruta que
yo pensaba seguir. Eso me dio escalofríos. Pero aún podría ser parte de cosas
que ocurren en nuestras ciudades y que no están vinculadas a dones o poderes
sobrenaturales.
Observé con atención el
desarrollo de la ceremonia y desde un punto de vista litúrgico no encontré nada
que fuese reprensible. Aunque me sorprendió que el diácono acompañase algunos
cantos con un rabel.
Al concluir la liturgia
se ubicó en la puerta despidiéndose con mucha cordialidad de los asistentes. Yo
lo observé un buen rato, luego se me acercó y me besó las manos diciéndome “Padre
Andrés, lo estaba esperando”. Yo no vestía de cura y le había pedido
encarecidamente a mis contactos que mantuvieran mi primera visita en absoluto
secreto. Respondí su saludo con una sonrisa boba. Cuando regresé a mi casa me
sentía francamente ridículo y me repetía: Andrés, no creas todo lo que
ves. Aplica juicio y discierne lo que
has observado. El demonio se sirve de acciones aparatosas para engañarnos. No
olvides que es el padre de la mentira. Aun así me costó conciliar el sueño.
Día 2 martes
He concertado una
entrevista con el Padre Javier Meneses, párroco de Nuestra Señora del Carmen.
Mañana me recibirá. Está al tanto del objetivo de nuestro encuentro y no
manifestó ningún inconveniente, sino más bien se mostró muy dispuesto. Estoy
expectante. Debo decirlo.
Día 3 miércoles
Llegué a la Parroquia
que dirige el Padre Javier. Un hermoso templo que fue reconstruido en su mayor
parte tras el terremoto que afectó a la zona central de Chile hace dos años. El
Padre Javier es un hombre con un evidente sobrepeso, con apariencia de cura de
campo. Ello y su risa fácil fue lo que me llamó más la atención al conocerlo.
Me imaginé que este carácter benévolo favorecía el desarrollo de un personaje
con una personalidad histriónica y manipuladora como debía ser el diácono que
estaba investigando.
Me invitó a pasar a la
casa parroquial, un lugar muy sencillo, sorprendentemente oscuro, donde su
madre una señora amabilísima como su hijo se desvivía por atendernos. Nos trajo
dulces de cuanto tipo existen. Costaba resistirse, mientras pensaba en el
riesgo para mi salud de engullir tal cantidad de calorías.
Le pregunté qué pensaba
de este diácono, cómo lo conoció, qué pensaba de este “don”. Me señaló que ha
sido un tremendo aporte a la comunidad. Lo conoce desde hace 5 años, de los 8
que lleva como consagrado. Y que ha sido testigo de muchas premoniciones
acertadas, así como de profecías sobre diversos temas. Entiende que este don se
habría iniciado mientras el diácono cursaba sus estudios. Me dio el nombre de
varias personas a las que les ha hecho anuncios sobrenaturales, los que anote
con el fin de contactarlos. Nos despedimos con un amable abrazo y me pidió
copia de mi informe, a lo que le respondí que al menos las conclusiones
generales se las podría compartir.
Dia 4
Entrevisto a la Sra.
María Elisa B., viuda de Dn Pedro Bermudez. Me comenta que él pertenecía a una
secta anticristiana y en una ocasión en que pasó por la casa del diácono en
cuestión, este le recibió diciéndole, “Dn. Pedro, ¿cómo está? Lo esperaba”
Sabía que allí vivía un diácono católico y eso lo excitaba mucho. Esa respuesta
lo desconcertó pero pensó que lo conocía de alguna parte y prosiguió con lo
suyo. Le preguntó si sabía que decía la Biblia para salvarse. La respuesta fue
lo que jamás imaginó. - Su madre ora por usted para que abandone el camino que
lo aleja de Cristo - Ante ello le preguntó con molestia cómo podía saber eso de
su madre. Si ella había muerto hace varios años. El diácono Juan le espetó: - Sí lo sé. Ella
jamás aceptó que usted abandonara la Iglesia de Cristo- Eso le ha causado un
gran sufrimiento y le ha pedido a la Santísima Virgen que usted regrese, pero
eso Ud. ya lo sabe. Me relata a continuación -Mi marido se acordó de tres
pesadillas seguidas que había tenido. En ellas aparecía la Virgen María y le
decía: Tu madre me ha pedido que interceda por tí. Ella quiere que regreses a
tu casa -. Él despertaba agitado y no le contó a nadie, salvo a mí. Ni siquiera
a los ancianos de la Congregación. Más aún, el diácono le dijo que sabía porque
se había unido a esa secta, por el dolor que le había provocado el abuso de que
fue objeto cuando joven por un sacerdote traidor a sus votos. Le pidió perdón a
nombre de la Iglesia y le dijo que ese hombre hoy sufría por sus pecados.
Cuando se lo dijo el diácono Juan, él cayó de rodillas llorando. El anciano que
lo acompañaba no entendía nada. Pero para mi marido eso fue como el encuentro
de Saulo con el Señor. Lo demás no importaba, ni siquiera que nos quitasen el
saludo y dijeran que había sido poseído por un espíritu malvado. Para Pedro, el
demonio lo había abandonado.
Pero eso no fue todo. El
diácono le pidió que se presentase ante el párroco y confesara sus pecados. Que
debía prepararse para una penitencia dura pero que le allanaría el camino al
encuentro con su madre, la propia, y la que desde el cielo imploraba por él.
Mi marido lo hizo-
prosiguió con su relato-, pero en poco tiempo inició un grave cáncer. Eso me
hizo rebelarme, pero mi marido con una dulzura que no puedo describir, me pidió
confiar en la voluntad de Dios. Murió con sus sacramentos y pese al dolor
partió en paz exactamente 144 días después de ese encuentro. El diácono Juan lo
visitaba permanentemente y estuvo el día de su funeral. Sus palabras de
esperanza fueron un tremendo consuelo para nosotros.
Siento un tremendo
agrado que el diácono en comento haya logrado que ese hombre volviera a la fe y
hubiese tenido la posibilidad de morir siendo católico. Tal vez me equivoco al
pensar en una intervención maligna. En lo que respecta a el episodio sobre la
intervención de la Santísima Virgen estoy desconcertado.
Dia 5
Entrevisto a la Sra.
Marta J., a quien el diácono le comunicó en la liturgia a la cual asistí que su
marido había fallecido. Me recibe en una casa sencilla, en un living en que
destaca una foto en que aparece ella, su marido y el diácono. Le doy mis
condolencias. Me comenta que sepultó a su marido antes de ayer. Le pregunté si
el diácono Juan sabía de la situación de salud de su marido. Me responde que
por supuesto. Que siempre estuvo muy atento a la evolución de su salud, tras un
accidente vascular que tuvo hace 2 meses, y que él mismo gestionó la visita de
un sacerdote para recibir los sacramentos cuando tuvo un momento de aparente
recuperación.
No parece bajo estas
circunstancias algo especial suponer que iba a fallecer en el corto plazo,
pensaba para mí. Consulto sobre la afirmación del diácono “Acaba de fallecer”.
Me responde que él estaba en franca recuperación por lo que su propio marido le
había pedido asistiese a la liturgia del Domingo para pedir por él, por lo que
a diferencia de otros días no la acompaño en aquella mañana, y que de acuerdo a
lo que le informaron sus hijos falleció justamente a las 10.15 hrs., hora que
coincidió con el anuncio que hizo Juan.
Ella no duda de que el
diácono Juan cuenta con dones de profecía y clarividencia, los que ocupa
discretamente, procurando hacer el bien y sin beneficio de ello. Me pide no
dudar del diácono y me insiste en que es un buen hombre. La escucho en silencio
y le respondo que incluiré en mi informe lo que me señala.
Día 6
Entrevisto a la Jefa de
Personal de la Municipalidad de Renca donde trabaja. Observo el espacio y pude
observar por diversos elementos que la rodean que es una mujer muy creyente,
probablemente protestante. Le consulto por nuestro diácono, qué hace, cómo
evalúan su rendimiento y su conducta.
Me responde que esto es
inusual, pero que entiende la doble naturaleza de este consagrado, funcionario
para ella. Me señala que es un buen empleado, que trabaja como administrativo
en la Dirección de Obras municipales y que sus labores son atender al público
que requiere trámites propios de dicha Dirección relacionados con permisos de
edificación y similares. Está calificado en lista 1, es decir de excelencia,
cuenta con numerosas anotaciones de mérito por la gratitud de los usuarios.
Saca una y me la lee “Gracias por la atención que nos brindó el Sr. Juan Goméz, de la Dirección de Obras a mi y a
mi madre ciega. Fue muy amable y parecía adivinar lo que necesitábamos. Para
personas como nosotros que tenemos poca educación, personas como don Juan son
una bendición del cielo. Diganle al alcalde que es muy buen funcionario y una
excelente persona.” Firma la señora Petronila P. Don Juan en cuanto diácono siempre nos ha
colaborado- continúa su relato la Jefa de Personal- como cadenas de oración por
colegas enfermos o inauguraciones. Sus homilías siempre son muy emotivas y
acertadas, me señala. Le pregunto qué quiere decir con eso de “acertadas”. Me
responde, que tiene una gran habilidad para decir la palabra justa en el
momento preciso. Insisto y le consulto, si alguna vez ha dicho algo inusual,
algo que pudiese considerarse, me demoro y le digo extraordinario. Toma aire,
se echa para atrás y me dice - yo le puedo responder por mí. En una ocasión -
me relata- me llama muy temprano y me
dice que no firme determinado documento. Que no me pregunte, pero que no lo
firme por ningún motivo. A regañadientes lo dejé a un lado. Una funcionaria me
llamó insistiendo en que lo firmara. Hice algunas consultas y me encontré que
había sido adulterado y que la persona que insistía, quería obtener un beneficio
que no le correspondía. No entiendo como lo hizo, pero me salvó el pellejo. Si
ud. quiere saber si es un hombre de bien -me dijo mirándome fijamente- no tengo
duda alguna. Si Dios obra en él de una manera misteriosa, como dicen ustedes,
se lo dejo a Nuestro Padre celestial. Sé que el Espíritu Santo actúa de muchas
formas.
Tomo nota y le agradezco
su tiempo.
Caray, me digo. No sé
qué pensar.
Dia 7
Finalmente logré que me
invitara a su casa. Celebraré misa, él me asistirá y luego iremos a almorzar
con su familia. He preparado una de mis mejores homilías
Todo
transcurrió normalmente. El hizo los servicios que le correspondía y pude
apreciar, una vez más, el profundo cariño que la comunidad le dispensaba. ¿Un
detalle especial? Me pidió autorización para cantar el Evangelio junto a su
instrumento de cuerdas. Fue un momento muy sublime.
Tras
ello lo acompañe a su casa.
Su hogar es sencillo, el
jardín bien cuidado, con flores y algunas hierbas aromáticas. Me detuve unos
segundos en una mata de orégano a la cual no pude resistirme acercarme. Su
mujer y sus dos hijas me reciben con mucho afecto. Me ofrecen un aperitivo,
mientras su esposa sirve la mesa. Nos sirve carne al jugo con arroz. La comida
está muy bien preparada y es abundante. Es evidente que procuran servirme una
mayor porción, cosa que rechazo agradeciendo su gentileza. Les consulto cómo se
conocieron y me narran que ello fue mientras estudiaban en la Universidad ella
había sido detenida en una protesta universitaria y él se ofreció para visitar
a las compañeras recluidas y llevarles algo para comer. Ya se había acabado lo
que había traído y no había alcanzado para ella, por lo que él debió salir y
comprar fiado algo para llevarle. Mientras recordaban se miraban con gran
ternura. Luego se rieron recordando algunas anécdotas.
Se ven felices. Le
pregunto si lo es. Me responde que sí.
Le consulto si carga alguna cruz. Me sonrió y me ofrece vino. Asiento y
mientras cae el vino en mi copa, veo con horror
como en una película en blanco y negro en cámara lenta, a demonios con
apariencia de bestias horribles con enormes fauces, que intentaban arrebatarle
a sus hijas, pero no podían acercarse mucho. Casi instintivamente miré a mi
alrededor y pude reconocer a mis propios demonios: Uno con apariencia de una
suerte de babosa gruesa, subía por mi
pierna y yo lo trataba de expulsar. Era la lujuria. Otro con la apariencia de
un animal con piel escamosa como serpiente, pero con una enorme melena como
león, y que rugía, al cual reconocí como
mi orgullo.
En ese momento dejó de
llenar mi copa. Todo volvio a la normalidad y me preguntó amablemente: Padre,
¿desea algo más?. Apenas balbuceé... No, gracias.
La familia continuó
almorzando y riéndose de muchas cosas que no recuerdo. En realidad, la experiencia
había sido fuerte para retomar la comida como si nada.
Se retiró la familia y
quedamos los dos, le pregunté qué pensaba de este don y desde cuando lo tenía.
Apretó los labios e hizo
un esfuerzo por recordar. No lo sé, me dijo. Siempre supe cosas - siguió
relatando. Me acuerdo que hasta bien grande jugaba y conversaba con mi ángel de
la guardia, lo que le inquietaba a mis padres que pensaban que tenía algún tipo
de trastorno mental. Pero fue en la Escuela de diáconos en que me di cuenta que
había recibido un regalo y no una maldición.
He tratado de que esté al servicio del bien y no de mi propio bien,
concluyó.
Me quedé conforme con su
respuesta. Lo sentí honesto.
Al despedirnos el
diácono me pregunta si me puede hacer un regalo. Antes de que le responda me
toma las manos y me dice: - Al terminar de confesar pregunte si queda algo,
tomando las manos del penitente. Solo eso.
Una vez más me dejó
perplejo y me retiré a mi casa pensando en el sentido de esta experiencia y que
significaría este “regalo”. Luego me dí a la tarea de preparar el informe final
al Gran Canciller del Arzobispado de Santiago, quien me recibirá la próxima
semana.
Conclusión
Han pasado ya varios
días de estos hechos. Mañana es la entrevista. Evidentemente informaré que no he
sido testigo de nada contra la sana doctrina del diácono de la Parroquia
Nuestra Señora del Carmen, Juan Gómez Bernales, y que este Ministro consagrado
representa un tesoro que es necesario cuidar, que puedo concluir que manifiesta
dones sobrenaturales de profecía y premonición de un origen no determinado. Los
cuales se expresan de acuerdo a los límites que el párroco local le ha
determinado y con un grado de prudencia y sabiduría notables.
Descarto absolutamente
la posibilidad de un manejo utilitarista del vidente o alguna intervención
maligna. Estos dones sólo se manifiestan con un sentido evangelizador,
profundamente unido con sus pastores y con enorme generosidad. Por lo cual
solicito orar fervorosamente por este diácono y protegerlo.
El suscrito no sólo da
fe de lo anterior, sino que éste compartió parte de sus dones conmigo. En
efecto, cada vez que termino de confesar a alguien pregunto, indicando sus
manos, si me permite, y tomándolas fuerte entre las mías, vuelvo a preguntar si
queda algo por confesar. En ese momento se hacen presente en el recuerdo del
penitente todos aquellos pecados que no se atrevían a confesar y con gran
aflicción me los han narrado, liberando a esa pobre alma de cuanto lo afligía.
Evidentemente no puedo dar detalles, solo comentaré que han sido varias
personas las que han confesado entre lágrimas cosas que estaban bloqueadas en
sus recuerdos, incluido un hermano sacerdote.
Respecto a mis demonios,
los que pude conocer en aquella visión, cada vez son más pequeños, pero no me
relajo. Siempre hay que estar alerta con ellos. Nunca se sabe.
P. Andrés Ossandón
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