El ángel caído
Ocurrió justo
a la semana que el Padre Marcelo, nuestro párroco, partió con un grupo de
seguidores a hacer la revolución, que había iniciado unas semanas antes en
nuestro país.
Comprenderán
que hice todo lo posible para hacerlo cambiar de opinión pero el buen padre
creía que debía involucrarse a apoyar el movimiento revolucionario. No bastaban
sus encendidas homilías en que nos convocaba a tener un compromiso mayor ante
las injusticias sociales en nuestra patria.
Era preciso hacer algo más y decidió partir.
Pero el
religioso y el puñado de seguidores que lo acompañaron en la lancha no llegaron
a reunirse con sus eventuales compañeros de causa. Su navío se hundió al cruzar
el canal que separa nuestra isla del resto de Chiloé. Trato de creer que así al
menos no manchó sus manos con la sangre de otros, aunque tengo sentimientos
encontrados respecto a los jóvenes a los que impulsó a una aventura mortal.
Se despidió de
mí con un abrazo y me pidió cuidar a nuestra gente en mi calidad de fiscal.
Ello implicaría hacer las liturgias los domingos y velar por los diversos
grupos de nuestra comunidad. Le regalé mi rosario, el tomó su Biblia y otro
libro y enfiló a su destino.
Pero volvamos
a lo que pasó, tras el hundimiento de la lancha. Nunca apareció el cuerpo del
Padre Marcelo, sólo de sus acompañantes.
A los 6 días recién pudimos enterrarlos, en medio del dolor de todos los
familiares y amigos. Comprenderán la rabia que muchos sentían contra los
revolucionarios especialmente en contra del finado cura.
Fue al día
siguiente que Daniel, el protagonista de nuestra historia cayó en nuestras
vidas. ¿Cayó? Así tal cual. Fue como a las 6 de la mañana cuando la mayoría nos
dirigimos a nuestras labores habituales que se precipitó en el patio de la
parroquia, ubicada al frente de mi casa. Quedamos anonadados al correr para ver
qué extraño fenómeno había ocurrido, y encontrarnos con él sacudiéndose sin
evidencias de haber tenido algún daño importante. Era alto y muy encachado, muy
blanco y con su pelo claro. Hasta ahí parecía un turista europeo en pelotas.
Pero al darse vuelta y mostrar un pequeño par de alas notamos que esto superaba
todo lo que habíamos visto alguna vez en la vida. Al mirarlo detenidamente se
evidenciaban un par de bultos en la frente que supusimos serían hematomas por
la caída. Jamás nos imaginamos que sería un ángel caído como nos reveló al
decirnos su nombre, Daniel, y narrarnos su historia.
Era
efectivamente un ángel caído que había participado en la revolución celestial.
Y nos describió como hace cientos de millones de años Dios les mostró lo que
haría por nosotros, la humanidad. Perder la exclusividad del amor de Dios los
hizo conspirar y creer torpemente que revelarse ante Él lo haría cambiar de
opinión. Nos lo contaba con tristeza, y con la claridad de quien vivió estos
hechos la semana pasada.
Nos sentíamos
confusos. Cómo era posible que este amable joven hubiese sido parte de las huestes
rebeldes al trono de Dios. Pero cómo dudar de lo que nos decía un personaje que
había caído del cielo cual un meteorito provocando un cráter de unos tres
metros de extensión, y un metro y medio de profundidad.
Cuando
llamamos al arzobispado de Puerto Montt no querían creernos. Pero aún así
nombraron a un sacerdote con especialidad en demonología para investigar e
informar. Quedó comprometido a ir en
cuanto pasara el mal tiempo que había hundido la lancha de nuestro párroco.
Daniel era
curioso y todo era una novedad para él, pero las imágenes religiosas o nuestras
prácticas religiosas le causaban mucha pena. Todos coincidimos en tapar las
imágenes y hacer más discretas nuestras oraciones para no ofenderlo.
Nos
desconcertaba su apariencia con la que supuestamente asimilábamos a un esbirro
de Satanás: una figura horrible, de apariencia deforme y con cola puntiaguda.
Nos contó que tras la rebelión su apariencia espiritual era similar a esa
imagen. Hablar de apariencia espiritual era rarísimo pero él lo contaba como lo
más natural del mundo. También nos relató como estuvo presente cuando la
serpiente tentó a Eva, lo que le hizo creer que Dios se arrepentiría de su
obra.
Fue él quien
le susurró a David que tomase a Betsabé, la mujer de Urías el hitita. Lo hizo
porque no soportaba el amor que Dios le dispensaba al rey israelita.
Estábamos
extasiados escuchándolo mientras nos tomábamos un mate en la noche. Ya que
durante el día prefería observarnos y ayudarnos con las labores del campo. La
señora Manuela, la encargada del grupo de canto a lo divino le regaló ropa de
su hijo que había acompañado a nuestro desaparecido sacerdote. Claro que hubo
que hacerle a las camisas una perforación para que sus pequeñas alas pudiesen
pasar a través de ellas.
Regresemos a
sus relatos nocturnos. Conoció a muchos personajes bíblicos y en cada caso su
modus operandi era similar. Susurrar al oído de un hombre de bien para llevarlo
lejos de Dios.
- ¿Y conociste
a Jesús en la tierra?, le preguntamos. - Sí, por supuesto. Yo era uno de los 7
demonios que poseían a María Magdalena. Ella estaba destinada a tener un rol
clave en la naciente Iglesia y mi rol era evitar su conversión, y si ello no era
posible lograr su muerte para avergonzar a Jesús. No me fue bien - dijo- y sonrió.
También estuvo
presente ante la Cruz con una multitud de demonios. Muchos de ellos expulsados
por Nuestro Señor. Celebraron con gran algarabía su muerte en aquel cadalso
porque significaba la derrota de Dios. Pero en una fracción de segundos la
exultación dio paso a una horrible sensación. El Padre había sacrificado a su
propio hijo. Ya no había vuelta atrás para ellos, aunque el Creador se hubiese
equivocado. Fueron testigos como Dios lloró ante la muerte de su amado. Y se
retiraron en silencio. Uno de ellos recordó que había dicho que resucitaría.
Eso los confundió. Ya no entendían los planes de Dios. Y a ellos que son
creaturas con una inteligencia superior los hacía sentir profundamente
enojados, iracundos, más bien.
La resurrección de Cristo y el nacimiento de la
Iglesia fueron duros golpes para ellos. Allí creció en Daniel el germen de
rebelarse a quienes habían sido sus compañeros de rebelión. En realidad a Satanás,
quien ahora exigía para él el culto que hace mucho mucho tiempo atrás le
dispensaron a Dios.
Tenía claro
que eso lo ponía en una situación complicadísima. Jamás sería perdonado por Dios y el antiguo
Lucifer ya no confiaba en él. Era un ex
revolucionario devenido en un arrepentido de la causa que alguna vez
abrazó.
Aun así se le
encomendó una última tarea, considerando su experiencia de tentador del Rey
David, lograr que un joven fariseo destruyese a la pequeña comunidad de
creyentes. Al principio con un excelente resultado. Pero tras la caída en
Damasco de Saulo ya no pudo hacer mucho. Acompañó a quien ahora era Pablo,
hasta su martirio pero lo hizo como un condenado, entendiendo que no había nada
que hacer. Había sido derrotado. Ello fue lo que provocó su caída. Satanás ya
no soportaba tenerlo entre sus huestes y con palabras irreproducibles lo
expulsó de los suyos. Y eso hizo que cayese entre nosotros en un viaje que duró
cerca de 1950 años. Periodo durante el cual ya no tentó a nadie, aunque pudo
observar el desarrollo de la humanidad.
Le creímos. Lo
sentimos honesto. Y era muy triste escucharlo.
No fue lo
mismo que sentenció el Padre Javier Fernández, el experto que envió el
arzobispado. Era un hombre pequeño, más rudo que nosotros. Parecía un veterano
de mil guerras, más que un sacerdote que viene a acoger a un pecador
arrepentido.
-Mentira- fue
la primera palabra que formuló tras entrevistarse con él. Para este experto era un mentiroso
profesional. Un demonio sin duda, de los más habilidosos en el arte del engaño.
Nos retó por
haberlo acogido como lo hicimos. Pero tampoco sabía que hacer con él. El
exorcismo no parecía sensato ya que no se había posesionado de un cuerpo ajeno
sino que por una extraña razón poseía un cuerpo al que estaba íntimamente
unido. En algún momento pensó en voz alta que debía ser expulsado al mar. A lo
que nos opusimos tenazmente. El era
nuestro huésped y no lo íbamos a dañar. Más aún cuando Daniel nos ayudaba en
las labores del campo y sus consejos eran muy apreciados para nosotros.
El Obispo se
molestó con nuestro pueblo y no quiso mandarnos un sacerdote de reemplazo
mientras tuviésemos un demonio como invitado.
Nos sentimos
tristes, tanto como nuestro amigo Daniel que no podía entrar a la Iglesia y que
lloraba amargamente cuando rezábamos el rosario antes del mate de la noche.
Mientras tanto
la producción de nuestros campos logró niveles récord, en buena medida gracias
a sus consejos. Daniel era la mejor transferencia tecnológica que alguna vez
pudimos tener. Nuestra salud era espectacular. Los enfermos crónicos
disminuyeron todos sus síntomas negativos. Pero algo extraño ocurrió: Desde su llegada nadie más falleció y ninguna
mujer quedó embarazada. Fueron varios años hasta que entendimos que eso no era
natural.
Algunos de los
nuestros recordaban la opinión del sacerdote experto y hablaban incluso de
sacrificarlo por el bien de la comunidad. El lo supo y me dijo que si eso era
preciso para que todo volviese a la normalidad, él estaría dispuesto.
Yo no lo iba a
permitir. El era uno de los nuestros. Y
no abandonaríamos a un hermano. Aunque éste hubiese sido en algún momento un
demonio. Y lo decíamos en pasado porque ya no lo sentíamos como tal.
Pero aún
estaba el problema de que hacer con él. Y tras una larga reflexión y una
jornada de oración, decidimos bautizarlo. El arzobispado nos dijo que eso era
un absurdo y que no se cumplían las condiciones para ser bautizado por un
seglar, ya que no había peligro de muerte.
Pero era una decisión que íbamos a llevar a cabo aunque el mismo Daniel
tuviese dudas de su efecto. Así que comenzamos su preparación y lo consideramos
un catecúmeno. Yo no quise involucrarme en su preparación y preferí monitorear
su avance, el cual estaba a cargo del mismo matrimonio de catequistas que lo
acogió en su casa al fallecer uno de sus hijos en la aventura revolucionaria
del padre Marcelo. Evidentemente no manifestó ningún inconveniente y su grado
de conocimiento de las cosas sagradas era notable.
Cuando lo
consideramos debidamente preparado y pese a no contar ni con sacerdote, ni el
apoyo de nuestro Obispo, decidimos bautizarlo. Una opción era esperar hasta la
liturgia de la pascua de resurrección del próximo año, esperar una fecha con
mejor clima. o hacerlo en la Fiesta de nuestro patrono, San Pedro Nolasco, el 6
de mayo. Optamos por hacerlo en esta última fecha y encomendarlo a nuestro
santo patrono, para que lo liberase de su destino. Estábamos conscientes de lo
confrontacional de nuestra decisión pero estábamos dispuestos a pelear si era
preciso por lo que estimábamos la liberación de nuestro amigo.
Lo siguiente
era la organización del bautismo. No
íbamos a caber todos dentro del templo, así que optamos por hacerlo en el patio
de la parroquia, en el mismo lugar a donde hace ya 10 años se había precipitado
nuestro huésped, y que lo convertimos en
un hermoso jardín y un oratorio, gracias al buen gusto de Daniel, nuestro
huésped.
Todo el pueblo
de la isla y muchos periodistas nos reunimos allí. Lo vestimos de blanco y su
madrina fue la doctora del pueblo, una veterana de la revolución en la que
intentó participar nuestro último párroco.
Yo inicié la
ceremonia, siguiendo el rito de bautismo para adultos. Ya fue conmovedor verlo
hacer la señal de la cruz. Le pregunté:
Daniel, ¿qué vienes a pedir a la Iglesia de Dios? Respondió con
tranquilidad y seguridad, el Bautismo, señor fiscal. Luego proseguí, ¿has
escuchado, pues, su palabra y deseas observar sus mandamientos? Dijo -sí, lo
deseo. ¿Has participado en la oración y en la vida de comunión fraterna de la
comunidad? - Sí, así ha sido, afirmó. Finalmente, ¿has hecho todo esto con la
intención de llegar a ser cristiano? - Sí, lo he hecho, señaló. Y usted, su
madrina, ¿juzga, ante Dios, que Daniel
es digno de ser admitido al sacramento del Bautismo? Sí, lo juzgo digno, respondió con cariño.
Luego me dirigí a todo el pueblo - ¿Están dispuestos a seguir ayudando con la
palabra y el ejemplo a su ahijado de quienes han dado testimonio? Sí, estamos
dispuestos, respondieron fuerte y a una voz.
Tras ello
ingresamos a la nave del templo, una antigua construcción hecha de madera de
coihue. Era la primera vez que ingresaba a él. Solo unos metros para que todos
pudiesen participar, pero era un hecho histórico para nuestro amigo.
Mientras
ingresábamos, le pregunté al oído, ¿no te vas a arrepentir? - Para nada, me
dijo sin titubeos. ¿Y tus viejos amigos, están aquí?. - No, ya no. Sólo los
nuevos - respondió. Y lo abrace con vigor.
Ya adentro,
proseguí con la ceremonia con las moniciones y lecturas de rigor. Luego, él de rodillas rezó el Yo pecador. Nos
costó no llorar cuando lo concluyó diciendo:
“Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los
Santos, y a ustedes, hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor”.
Luego, yo continué con el exorcismo, diciendo - Señor Dios todopoderoso, que
enviaste a tu Hijo único para que el hombre, esclavo del pecado, alcance la
libertad de tus hijos, humildemente te rogamos por este siervo tuyo, que ha
experimentado los halagos de este mundo y las tentaciones del diablo y ahora
reconoce en tu presencia sus pecados; por la pasión y resurrección de tu Hijo
arráncalo del poder de las tinieblas y, fortalecido con la gracia de Cristo,
guárdalo a lo largo del camino, de la vida- Todos ratificaron con un potente
amén.
Como no
teníamos óleo sagrado, proseguimos con la bendición del agua. Luego vino el
momento de las renuncias. Siguiendo el rito, le pregunté ¿renuncias al pecado, para vivir en la
libertad de los hijos de Dios? Dijo Sí,
renuncio. Continué, ¿renunciáis a las seducciones del mal, para que no domine
en ti el pecado? -Sí, renuncio, respondió. Y luego vino la pregunta central,
que para cualquier ser humano era una pregunta hasta de rutina y respondida sin
mucha convicción, tan profunda que me permití cambiar su texto oficial y le
pregunte, ¿renunciáis a Satanás, padre y
príncipe del pecado, a quien conociste, serviste y adoraste? Daniel, con
emoción apenas contenida me respondió: Sí, renuncio.
No hubo cómo
hacer que guardarán silencio los vecinos y amigos reunidos. El aplauso fue
entusiasta y cariñoso. Pero debíamos continuar, así que les pedí guardar
silencio.
Seguimos con
el credo, y luego iba a proceder al bautismo, propiamente tal, y se acercó a la
Pila bautismal. Solo recuerdo cuando alcé el pocillo con agua bendita sobre su
cabeza. Nadie recuerda que pasó después. Sólo sabemos que Daniel
desapareció. Nunca más lo volvimos a
ver. No quedó ni un registro de lo que ocurrió pese a que habían muchas cámaras
grabando.
¿Qué pensar de
lo que ocurrió? ¿Qué sentir ante ello? No teníamos respuesta. Sólo podíamos
reconocer que estábamos ante un misterio. Y solamente cabía confiar en la misericordia de Dios, una
misericordia que debía ser superior a todo lo que conocimos y creímos antes.
¿Y qué pasó
con nuestro pueblo? Todo volvió a la normalidad. Sí así podemos llamarla.