miércoles, abril 15, 2020

Cuento El profeta


El profeta

Mi nombre es Andrés Ossandón. Soy sacerdote diocesano y  psiquiatra, un hombre de fe y de ciencia. Por esa misma razón he sido designado por el Arzobispado de Santiago para investigar un extraño caso: un diácono que supuestamente poseería poderes de profecía y premonición.

Con este fin he comenzado este diario en el cual relataré mis experiencias, las que remitiré junto a un detallado informe a mis superiores.

Día 1 domingo

Para ello debí llegar hasta una pequeña capilla de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen de Huechuraba, en dicha comuna del sector norte de Santiago, la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe, en que celebraba este diácono según fui informado. No quise llegar en mi automóvil, así que llamé un radio taxi para llegar como un simple feligrés. Por Dios que se dió vuelta el hombre para llegar entremedio de unos pasajes a la capilla en cuestión.

La capilla es un templo pequeño para capacidad de 150 personas, que se encontraba abarrotada. Llegué en medio de la homilía pronunciada por este hombre, un sujeto delgado, de unos 45 a 48 años, con oratoria carismática y una interesante argumentación. Concluye. Hace unos segundos de silencio y dice: “Como ustedes saben he sido autorizado por nuestro párroco para hacer dos anuncios”. Se hizo un silencio expectante en la asamblea y dijo -”Una persona que estaba hospitalizada muy grave acaba de fallecer. Sé que es triste, pero él pudo pedir perdón antes de partir y los ángeles lo han llevado hasta Dios”. Eso no tiene nada del otro mundo - dije- Todos los días muere gente y decir que los ángeles se lo han llevado es una frase de buena crianza. Luego miró con aparente dulzura a una dama quien estalló en llanto. Eso me inquietó. Tras ello dijo: “Un hermano que llegó tarde a esta celebración está enrabiado por haberse atrasado.Permítame decirle que si hubiese venido por su ruta habitual hubiese sido víctima de un grave accidente, pero la Providencia quiso que estuviese aquí”. Miré con disimulo mi Iphone y al revisar las noticias en Twitter pude verificar un mortal choque en la ruta que yo pensaba seguir. Eso me dio escalofríos. Pero aún podría ser parte de cosas que ocurren en nuestras ciudades y que no están vinculadas a dones o poderes sobrenaturales.

Observé con atención el desarrollo de la ceremonia y desde un punto de vista litúrgico no encontré nada que fuese reprensible. Aunque me sorprendió que el diácono acompañase algunos cantos con un rabel.

Al concluir la liturgia se ubicó en la puerta despidiéndose con mucha cordialidad de los asistentes. Yo lo observé un buen rato, luego se me acercó y me besó las manos diciéndome “Padre Andrés, lo estaba esperando”. Yo no vestía de cura y le había pedido encarecidamente a mis contactos que mantuvieran mi primera visita en absoluto secreto. Respondí su saludo con una sonrisa boba. Cuando regresé a mi casa me sentía francamente ridículo y me repetía: Andrés, no creas todo lo que ves.  Aplica juicio y discierne lo que has observado. El demonio se sirve de acciones aparatosas para engañarnos. No olvides que es el padre de la mentira. Aun así me costó conciliar el sueño.

Día 2 martes

He concertado una entrevista con el Padre Javier Meneses, párroco de Nuestra Señora del Carmen. Mañana me recibirá. Está al tanto del objetivo de nuestro encuentro y no manifestó ningún inconveniente, sino más bien se mostró muy dispuesto. Estoy expectante. Debo decirlo.

Día 3 miércoles

Llegué a la Parroquia que dirige el Padre Javier. Un hermoso templo que fue reconstruido en su mayor parte tras el terremoto que afectó a la zona central de Chile hace dos años. El Padre Javier es un hombre con un evidente sobrepeso, con apariencia de cura de campo. Ello y su risa fácil fue lo que me llamó más la atención al conocerlo. Me imaginé que este carácter benévolo favorecía el desarrollo de un personaje con una personalidad histriónica y manipuladora como debía ser el diácono que estaba investigando. 

Me invitó a pasar a la casa parroquial, un lugar muy sencillo, sorprendentemente oscuro, donde su madre una señora amabilísima como su hijo se desvivía por atendernos. Nos trajo dulces de cuanto tipo existen. Costaba resistirse, mientras pensaba en el riesgo para mi salud de engullir tal cantidad de calorías.

Le pregunté qué pensaba de este diácono, cómo lo conoció, qué pensaba de este “don”. Me señaló que ha sido un tremendo aporte a la comunidad. Lo conoce desde hace 5 años, de los 8 que lleva como consagrado. Y que ha sido testigo de muchas premoniciones acertadas, así como de profecías sobre diversos temas. Entiende que este don se habría iniciado mientras el diácono cursaba sus estudios. Me dio el nombre de varias personas a las que les ha hecho anuncios sobrenaturales, los que anote con el fin de contactarlos. Nos despedimos con un amable abrazo y me pidió copia de mi informe, a lo que le respondí que al menos las conclusiones generales se las podría compartir.

Dia 4

Entrevisto a la Sra. María Elisa B., viuda de Dn Pedro Bermudez. Me comenta que él pertenecía a una secta anticristiana y en una ocasión en que pasó por la casa del diácono en cuestión, este le recibió diciéndole, “Dn. Pedro, ¿cómo está? Lo esperaba” Sabía que allí vivía un diácono católico y eso lo excitaba mucho. Esa respuesta lo desconcertó pero pensó que lo conocía de alguna parte y prosiguió con lo suyo. Le preguntó si sabía que decía la Biblia para salvarse. La respuesta fue lo que jamás imaginó. - Su madre ora por usted para que abandone el camino que lo aleja de Cristo - Ante ello le preguntó con molestia cómo podía saber eso de su madre. Si ella había muerto hace varios años.  El diácono Juan le espetó: - Sí lo sé. Ella jamás aceptó que usted abandonara la Iglesia de Cristo- Eso le ha causado un gran sufrimiento y le ha pedido a la Santísima Virgen que usted regrese, pero eso Ud. ya lo sabe. Me relata a continuación -Mi marido se acordó de tres pesadillas seguidas que había tenido. En ellas aparecía la Virgen María y le decía: Tu madre me ha pedido que interceda por tí. Ella quiere que regreses a tu casa -. Él despertaba agitado y no le contó a nadie, salvo a mí. Ni siquiera a los ancianos de la Congregación. Más aún, el diácono le dijo que sabía porque se había unido a esa secta, por el dolor que le había provocado el abuso de que fue objeto cuando joven por un sacerdote traidor a sus votos. Le pidió perdón a nombre de la Iglesia y le dijo que ese hombre hoy sufría por sus pecados. Cuando se lo dijo el diácono Juan, él cayó de rodillas llorando. El anciano que lo acompañaba no entendía nada. Pero para mi marido eso fue como el encuentro de Saulo con el Señor. Lo demás no importaba, ni siquiera que nos quitasen el saludo y dijeran que había sido poseído por un espíritu malvado. Para Pedro, el demonio lo había abandonado.

Pero eso no fue todo. El diácono le pidió que se presentase ante el párroco y confesara sus pecados. Que debía prepararse para una penitencia dura pero que le allanaría el camino al encuentro con su madre, la propia, y la que desde el cielo imploraba por él.

Mi marido lo hizo- prosiguió con su relato-, pero en poco tiempo inició un grave cáncer. Eso me hizo rebelarme, pero mi marido con una dulzura que no puedo describir, me pidió confiar en la voluntad de Dios. Murió con sus sacramentos y pese al dolor partió en paz exactamente 144 días después de ese encuentro. El diácono Juan lo visitaba permanentemente y estuvo el día de su funeral. Sus palabras de esperanza fueron un tremendo consuelo para nosotros. 

Siento un tremendo agrado que el diácono en comento haya logrado que ese hombre volviera a la fe y hubiese tenido la posibilidad de morir siendo católico. Tal vez me equivoco al pensar en una intervención maligna. En lo que respecta a el episodio sobre la intervención de la Santísima Virgen estoy desconcertado.

Dia 5

Entrevisto a la Sra. Marta J., a quien el diácono le comunicó en la liturgia a la cual asistí que su marido había fallecido. Me recibe en una casa sencilla, en un living en que destaca una foto en que aparece ella, su marido y el diácono. Le doy mis condolencias. Me comenta que sepultó a su marido antes de ayer. Le pregunté si el diácono Juan sabía de la situación de salud de su marido. Me responde que por supuesto. Que siempre estuvo muy atento a la evolución de su salud, tras un accidente vascular que tuvo hace 2 meses, y que él mismo gestionó la visita de un sacerdote para recibir los sacramentos cuando tuvo un momento de aparente recuperación.

No parece bajo estas circunstancias algo especial suponer que iba a fallecer en el corto plazo, pensaba para mí. Consulto sobre la afirmación del diácono “Acaba de fallecer”. Me responde que él estaba en franca recuperación por lo que su propio marido le había pedido asistiese a la liturgia del Domingo para pedir por él, por lo que a diferencia de otros días no la acompaño en aquella mañana, y que de acuerdo a lo que le informaron sus hijos falleció justamente a las 10.15 hrs., hora que coincidió con el anuncio que hizo Juan.

Ella no duda de que el diácono Juan cuenta con dones de profecía y clarividencia, los que ocupa discretamente, procurando hacer el bien y sin beneficio de ello. Me pide no dudar del diácono y me insiste en que es un buen hombre. La escucho en silencio y le respondo que incluiré en mi informe lo que me señala.

Día 6

Entrevisto a la Jefa de Personal de la Municipalidad de Renca donde trabaja. Observo el espacio y pude observar por diversos elementos que la rodean que es una mujer muy creyente, probablemente protestante. Le consulto por nuestro diácono, qué hace, cómo evalúan su rendimiento y su conducta.

Me responde que esto es inusual, pero que entiende la doble naturaleza de este consagrado, funcionario para ella. Me señala que es un buen empleado, que trabaja como administrativo en la Dirección de Obras municipales y que sus labores son atender al público que requiere trámites propios de dicha Dirección relacionados con permisos de edificación y similares. Está calificado en lista 1, es decir de excelencia, cuenta con numerosas anotaciones de mérito por la gratitud de los usuarios. Saca una y me la lee “Gracias por la atención que nos brindó el Sr.  Juan Goméz, de la Dirección de Obras a mi y a mi madre ciega. Fue muy amable y parecía adivinar lo que necesitábamos. Para personas como nosotros que tenemos poca educación, personas como don Juan son una bendición del cielo. Diganle al alcalde que es muy buen funcionario y una excelente persona.” Firma la señora Petronila P.  Don Juan en cuanto diácono siempre nos ha colaborado- continúa su relato la Jefa de Personal- como cadenas de oración por colegas enfermos o inauguraciones. Sus homilías siempre son muy emotivas y acertadas, me señala. Le pregunto qué quiere decir con eso de “acertadas”. Me responde, que tiene una gran habilidad para decir la palabra justa en el momento preciso. Insisto y le consulto, si alguna vez ha dicho algo inusual, algo que pudiese considerarse, me demoro y le digo extraordinario. Toma aire, se echa para atrás y me dice - yo le puedo responder por mí. En una ocasión - me relata-  me llama muy temprano y me dice que no firme determinado documento. Que no me pregunte, pero que no lo firme por ningún motivo. A regañadientes lo dejé a un lado. Una funcionaria me llamó insistiendo en que lo firmara. Hice algunas consultas y me encontré que había sido adulterado y que la persona que insistía, quería obtener un beneficio que no le correspondía. No entiendo como lo hizo, pero me salvó el pellejo. Si ud. quiere saber si es un hombre de bien -me dijo mirándome fijamente- no tengo duda alguna. Si Dios obra en él de una manera misteriosa, como dicen ustedes, se lo dejo a Nuestro Padre celestial. Sé que el Espíritu Santo actúa de muchas formas.


Tomo nota y le agradezco su tiempo.

Caray, me digo. No sé qué pensar.


Dia 7


Finalmente logré que me invitara a su casa. Celebraré misa, él me asistirá y luego iremos a almorzar con su familia. He preparado una de mis mejores homilías

            Todo transcurrió normalmente. El hizo los servicios que le correspondía y pude apreciar, una vez más, el profundo cariño que la comunidad le dispensaba. ¿Un detalle especial? Me pidió autorización para cantar el Evangelio junto a su instrumento de cuerdas. Fue un momento muy sublime.

            Tras ello lo acompañe a su casa.

Su hogar es sencillo, el jardín bien cuidado, con flores y algunas hierbas aromáticas. Me detuve unos segundos en una mata de orégano a la cual no pude resistirme acercarme. Su mujer y sus dos hijas me reciben con mucho afecto. Me ofrecen un aperitivo, mientras su esposa sirve la mesa. Nos sirve carne al jugo con arroz. La comida está muy bien preparada y es abundante. Es evidente que procuran servirme una mayor porción, cosa que rechazo agradeciendo su gentileza. Les consulto cómo se conocieron y me narran que ello fue mientras estudiaban en la Universidad ella había sido detenida en una protesta universitaria y él se ofreció para visitar a las compañeras recluidas y llevarles algo para comer. Ya se había acabado lo que había traído y no había alcanzado para ella, por lo que él debió salir y comprar fiado algo para llevarle. Mientras recordaban se miraban con gran ternura. Luego se rieron recordando algunas anécdotas.

Se ven felices. Le pregunto si lo es.  Me responde que sí. Le consulto si carga alguna cruz. Me sonrió y me ofrece vino. Asiento y mientras cae el vino en mi copa, veo con horror  como en una película en blanco y negro en cámara lenta, a demonios con apariencia de bestias horribles con enormes fauces, que intentaban arrebatarle a sus hijas, pero no podían acercarse mucho. Casi instintivamente miré a mi alrededor y pude reconocer a mis propios demonios: Uno con apariencia de una suerte  de babosa gruesa, subía por mi pierna y yo lo trataba de expulsar. Era la lujuria. Otro con la apariencia de un animal con piel escamosa como serpiente, pero con una enorme melena como león, y que rugía,  al cual reconocí como mi orgullo.

En ese momento dejó de llenar mi copa. Todo volvio a la normalidad y me preguntó amablemente: Padre, ¿desea algo más?. Apenas balbuceé... No, gracias.

La familia continuó almorzando y riéndose de muchas cosas que no recuerdo. En realidad, la experiencia había sido fuerte para retomar la comida como si nada.

Se retiró la familia y quedamos los dos, le pregunté qué pensaba de este don y desde cuando lo tenía.

Apretó los labios e hizo un esfuerzo por recordar. No lo sé, me dijo. Siempre supe cosas - siguió relatando. Me acuerdo que hasta bien grande jugaba y conversaba con mi ángel de la guardia, lo que le inquietaba a mis padres que pensaban que tenía algún tipo de trastorno mental. Pero fue en la Escuela de diáconos en que me di cuenta que había recibido un regalo y no una maldición.  He tratado de que esté al servicio del bien y no de mi propio bien, concluyó.

Me quedé conforme con su respuesta. Lo sentí honesto.

Al despedirnos el diácono me pregunta si me puede hacer un regalo. Antes de que le responda me toma las manos y me dice: - Al terminar de confesar pregunte si queda algo, tomando las manos del penitente. Solo eso.

Una vez más me dejó perplejo y me retiré a mi casa pensando en el sentido de esta experiencia y que significaría este “regalo”. Luego me dí a la tarea de preparar el informe final al Gran Canciller del Arzobispado de Santiago, quien me recibirá la próxima semana.

Conclusión

Han pasado ya varios días de estos hechos. Mañana es la entrevista. Evidentemente informaré que no he sido testigo de nada contra la sana doctrina del diácono de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, Juan Gómez Bernales, y que este Ministro consagrado representa un tesoro que es necesario cuidar, que puedo concluir que manifiesta dones sobrenaturales de profecía y premonición de un origen no determinado. Los cuales se expresan de acuerdo a los límites que el párroco local le ha determinado y con un grado de prudencia y sabiduría notables.

Descarto absolutamente la posibilidad de un manejo utilitarista del vidente o alguna intervención maligna. Estos dones sólo se manifiestan con un sentido evangelizador, profundamente unido con sus pastores y con enorme generosidad. Por lo cual solicito orar fervorosamente por este diácono y protegerlo.

El suscrito no sólo da fe de lo anterior, sino que éste compartió parte de sus dones conmigo. En efecto, cada vez que termino de confesar a alguien pregunto, indicando sus manos, si me permite, y tomándolas fuerte entre las mías, vuelvo a preguntar si queda algo por confesar. En ese momento se hacen presente en el recuerdo del penitente todos aquellos pecados que no se atrevían a confesar y con gran aflicción me los han narrado, liberando a esa pobre alma de cuanto lo afligía. Evidentemente no puedo dar detalles, solo comentaré que han sido varias personas las que han confesado entre lágrimas cosas que estaban bloqueadas en sus recuerdos, incluido un hermano sacerdote.

Respecto a mis demonios, los que pude conocer en aquella visión, cada vez son más pequeños, pero no me relajo. Siempre hay que estar alerta con ellos. Nunca se sabe.



P.  Andrés Ossandón

martes, abril 14, 2020

Cuento La guardia de honor

La guardia de honor


Azarel Septuagésimo, lugarteniente del Arcángel Miguel, comandante de la primera cohorte de la legión celestial I, cumplo en informar de la misión que nos fue encomendada: Hacer la guardia de honor del cuerpo de Cristo y protegerlo de cualquier enemigo mortal o inmortal.

En efecto, tras haber recibido la orden personalmente de mi superior, he procedido a instruir a mi manipulo, compuesto por 180 ángeles veteranos de 1000 guerras celestiales y terrenales a hacer la guardia de honor.

He elegido a este grupo de ángeles, a quienes conozco personalmente para esta delicada misión, por cuanto hemos combatido juntos desde hace miles de años, a las huestes de Lucifer primero, y luego hemos acompañado a cada héroe hebreo bendecido por Dios. Particularmente destacada fue nuestra campaña junto a los macabeos, donde recibimos particulares elogios de la corte celestial por nuestro arrojo y el trabajo conjunto con estos santos guerreros.

Habíamos recibido una señal: La última lesión que soportaría el cuerpo de Cristo sería el lanzazo del centurión Longinos en su costado. Manaría agua y sangre en tal cantidad que lo mojaría completo y éste recuperaría la vista de un ojo que tenía una avanzada opacidad del cristalino. Pues así fue. El centurión estaba sorprendido, molesto incluso que el plasma de la sangre de un condenado lo bañase, pero al ver y digo ver como no lo hacía desde niño, todo lo que estaba pasando, como tembló la tierra y se oscureció el día, se convirtió declarándolo públicamente. Sus propios soldados lo miraban sorprendidos.

La legión de ángeles que lo había acompañado hasta allí, procedió a retirarse con tristeza y su jefe, mi querido amigo Abdiel, el primero, nos entregó el mando. 

Sabíamos desde el principio de los tiempos que esta hora llegaría. Dios nos lo había comunicado. Esta fue la casus belli con la que inició la guerra celestial, ya que Lucifer y un tercio de los ángeles no podían aceptar ello, que el Padre mandase a su propio Hijo a morir cual cordero para salvar el mundo. Eso fue inaceptable para ellos y conspiraron contra Dios. Dudaron de su amor y tuvieron envidia. Su enorme soberbia hizo el resto. 

Yo los vi exultantes cuando Cristo murió. Estaban seguros que habían vencido y que los planes de Dios para la humanidad llegaban hasta allí. No escucharon o no quisieron escuchar lo que decía Jesús, una y otra vez: Si el trigo no muere no da fruto. Pensaban que Dios actuaría de una manera espectacular, como en el Mar rojo y que pondría una sorpresa de último minuto, por eso su alegría. Pero también fui testigo del semblante que pusieron al darse cuenta que el Padre no cambiaría sus planes. Estaban perplejos y se preguntaban que vendría ahora.

Nosotros, en cambio, somos soldados. Se nos ordenó cuidar el sagrado cuerpo de Cristo y más allá de nuestro dolor, nada nos distraería de nuestra misión. 

La primera medida fue formar una guardia alrededor de quienes bajaron su cuerpo de la cruz. Nadie, nadie más podría acercarse. 

Una avanzada, por otra parte, quedó de punto fijo al interior del sepulcro, al mando de Uriel XXXIV

El pequeño grupo de seguidores y su madre amortajaron su cuerpo. Los apesadumbraba no solo la brutal muerte de nuestro Señor, sino también no haber podido hacer todos los rituales de sepultación.

Finalmente lo depositaron en el frío sepulcro y pusieron entre varios la piedra de cierre. Al poco rato llegó una guardia de soldados romanos quienes pusieron sellos para evitar cualquier intervención. Ello fue solicitado por el Sumo sacerdote al mismo Pilatos.

La guardia de muy mala gana cumplía este deber. ¡Para las tonteras que nos tienen!- proferian varios.

Encendieron un fuego y hacían bromas, y juegos de dados para pasar el rato.

Nosotros en cambio, montamos una primera guardia compuesta por 8 ángeles con espadas de fuego en torno a los sagrados restos, otros 20 de infantería pesada resguardaban la piedra. El resto formaban una esfera de protección alrededor del santo sepulcro, en la tierra, en el aire y debajo de la tierra. No hubo demonio, ni ser humano, o animal que osase atravesar ese cierre perimetral. Los soldados cada cierto tiempo deslizaban entre sus bromas un chiste sobre los dioses que resguardarían el cuerpo de un dios muerto. No se equivocaban allí estábamos.

Se preciaban de hombres recios. Si bien eran supersticiosos, no los asustaba cualquier cosa. O más bien decían no temer nada. 

Por ello mismo no pudimos dejar de sonreír, cuando al amanecer del domingo emergió del interior del sepulcro una fuerte luz azulosa, proveniente del cuerpo de Jesús y una energía vital que hizo incluso que la piedra se moviese una buena distancia y se cortasen las cuerdas y los sellos. Ellos sintieron un fuerte ruido.

Arrancaron despavoridos dejando todas sus pertenencias botadas. El oficial a cargo, tras unos breves segundos se dio cuenta de aquello y volvió por sus armas. Pero no se atrevió a mirar dentro del sepulcro desde donde ahora podían sentirse fragancias exquisitas. Simplemente tomó las armas y huyó despavorido. Supongo que el haberle permitido verme unos segundos sobre la piedra ayudó a ello. 

Nosotros ya habíamos cumplido nuestro deber. El Señor había resucitado. Su cuerpo glorioso ya no podía ser dañado por nadie. La muerte había sido vencida. Nos podíamos retirar tranquilos.

Pero aún me quedaba algo. Como ya había terminado el Sabbat , se acercaban las mujeres a cumplir con los ritos fúnebres que habían quedado pendientes. Les inquietaba quien les movería la piedra, ya que desconocían que pesaba una prohibición de moverla. 

Pese a su sorpresa entraron al sepulcro y me vieron. Le pregunte a María Magdalena, - ¿por qué lloras? Ella me respondió: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho. 

Al salir lo pudieron ver ellas mismas y Él les confirmó que ya no estaba entre los muertos. 


Las mujeres corrieron con una alegría incomensurable a dar la noticia al resto de los discípulos. Sus corazones no cabían de felicidad. Nos alegramos con ellas sabiendo cuanto habían sufrido antes.

La misión había concluido. Ya podíamos marcharnos.




Azarel Septuagésimo

viernes, abril 10, 2020

Cuento Hoy muere mi Dios


Hoy muere mi Dios

Hoy muere mi Dios. Ya fue condenado y hoy morirá entre bandidos en medio de sufrimientos atroces. El que había hecho tanto bien muere como un malhechor.

Pero antes fue detenido. Nos pidió que lo acompañásemos, pero me distraje. Me dio sueño y no permanecí en vigilia. Llegaron entre sombras y lo prendieron. Yo saqué mi espada e intenté defenderlo. Eran más que nosotros, pero yo no iba a permanecer como si nada. Mas, Él tomó mi mano y curó al que yo herí. 

No se resistió. Nos dijo que milicias celestiales estaban a su servicio y actuarían si Él lo requiriese. No lo hizo. Y partió mansamente.

Nosotros huimos y nos dispersamos. Ya no sentíamos ese triunfalismo que teníamos cuando nos mandó a expulsar demonios en su nombre, como el que experimentamos cuando lo veíamos resucitar a los muertos, curar a los enfermos, y saciar a los hambrientos. Nos sentimos indefensos, débiles. 

Pese a mi temor, no lo quise abandonar y estuve con Pedro en el palacio del Sumo sacerdote. Fuimos testigos de su juicio inicuo, lleno de falsos testimonios. El que dejaba callados a los maestros de la ley permanecía en silencio, salvo cuando les dijo que lo verían sentado a la diestra del Padre. ¡Qué momento fue ese! No tuvo abogado que lo defendiera. Nadie presentó un habeas corpus en su favor.

Pese a mis deseos, nos reconocieron. Y Pedro lo negó, una y otra y otra vez. Yo estaba con Pedro, y yo era Pedro. Y el gallo cantó y lloramos y nos sentimos podridos.

Hoy es juzgado por Pilatos. Pilatos sabe que es inocente, pero le preocupa demasiado quedar bien con sus superiores y mantener la apariencia de tranquilidad, y lo que las encuestas dicen. Y le han dicho que Jesús es un alborotador. Su juicio no será justo. Las masas han sido agitadas. Nuestros líderes quieren matarlo, pero no pueden. Por ello necesitan que Pilatos a quien odian tanto o más que a Jesús lo ordene. Ellos lo tienen claro: es mejor que muera un solo hombre y no que la nación perezca. A veces hay romper algunos huevos para hacer una tortilla, habría dicho otro.

Efectivamente, organizaron a una multitud para dar la apariencia que el pueblo los apoyaba. Yo estaba ahí, pero éramos una inmensa minoría. Nuestra voz no lograba alzarse sobre sus gritos. No estaban allí las multitudes a las que enseñó y trato con misericordia. No era la voz del pueblo, menos la voz de Dios.

Pilatos intentó un último recurso. Darles a elegir entre Jesús y un delincuente llamado Barrabas. Un revolucionario según algunos. La apuesta de Pilatos era espectacular. La gente de bien iba a optar por Jesús un hombre bueno y condenarían a un antisocial. No fue así. La masa enfervorizada gritaba que liberasen a Barrabas y condenasen a Jesús. Más aun pedían la crucifixión para Él.

Pilatos accedió y se los entregó. Fue humillado y torturado brutalmente. Se reían. Y herido y todo lo obligaron a cargar el madero de la cruz en que sería ejecutado. Lo acompañamos, pero no podíamos hacer nada. Las mujeres lloraban y Él en el camino de su calvario las consolaba.

Pero sus fuerzas humanas no daban más. Y los soldados le ordenaron a un hombre que solo pasaba por allí que cargase su cruz. Y allí nos acordamos de cuando nos decía: El que quiera seguirme, niéguese a si mismo y tome su propia cruz. ¿A esto te referías, Señor?

Llegamos al Gólgota. Y comenzó el procedimiento. Los romanos expertos en ejecuciones de este tipo actuaron siguiendo el protocolo al cual estaban acostumbrados sin mostrar ninguna compasión. Que momento más brutal fue cuando elevaron la cruz con su cuerpo. Y otro recuerdo vino a nuestra mente: Aquel en que le dijo a Nicodemo, que tal como Moisés levantó la serpiente en el desierto, de la misma forma el Hijo del hombre debía ser elevado. Quedamos totalmente desconcertados.

Fue crucificado en medio de malhechores. Uno lo insultaba, haciéndose eco de lo que los malvados gritaban: Sálvate a ti mismo y a nosotros. Sentimos rabia con él, pero en el fondo de nuestro corazón, era lo que le queríamos decir: Tú que todo lo puedes, sálvate y sálvanos que sin ti no somos nada. 

En ese momento, tomamos conciencia que no iba a quedar nada. Nunca nos tomamos una selfie con Él, nadie grabó un video con sus discursos. Nadie lo registró. No era posible. El maestro no puede ser olvidado. Sus palabras deben permanecer. 

Y miramos al otro ladrón quien reprendió a su compañero de andanzas, diciéndole:  Somos pecadores. Nos merecemos este mal. Y este hombre es inocente. Luego le pidió que se acórdase de él en su Reino. Ese criminal tenía más fe que nosotros que lo habíamos seguido y que éramos sus testigos. El tenía la certeza que Jesús iba a estar a la diestra del Padre. Que hermoso consuelo, escucharle a Nuestro Señor decirle "Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".

Aun en medio de su ejecución, y con el poco aire que tenía en sus pulmones siguió enseñándonos. Como sería su preocupación, que le pidió a Juan que cuidase a su madre. Pero no solo eso. Sino que le pidió que él la adoptase como madre propia.

Pero la hora llegó y dando un grito entregó su espíritu al Padre. 

Tras ello pasaron muchas cosas. Pese a que nuestros ojos ya no tenían más lágrimas pudimos verlo: El centurión que lideraba las tropas lo reconoció como un hombre justo, tembló la tierra, hubo resurrecciones de personas santas, y el velo del templo en un hecho que los sacerdotes no pudieron ocultar, se rajó de arriba a abajo.

¡Ay, mi Señor! Que dolor ver tu cuerpo lacerado colgando del madero. Y no tenemos donde darte una digna sepultura. Las funerarias ya no atienden. Pero un hombre bueno ha pedido permiso para sepultar tu cuerpo. Él ha facilitado su propio sepulcro para ello. Pero Nuestro Señor debería tener un sepulcro mejor. Deberíamos levantar un mausoleo de mármol en que depositar su sagrado cuerpo y allí escribir cada una de sus bienaventuranzas. 

Bajar su cuerpo, fue una de las cosas más tristes que he vivido. Compartir el dolor de su madre, que lo acariciaba y nos comentaba tantos momentos hermosos que vivieron juntos. Nos complicaba decirle que ya se acercaba el Sabbat y que debíamos llevarlo al sepulcro. Ella nos entendió y nos lo entregó.

Ya está su cuerpo depositado en el sepulcro. No alcanzamos ni siguiera a lavarlo con perfumes como corresponde, menos a vestirlo. Apenas alcanzamos a amortajarlo con una sola tela. Las mujeres nos han dicho que en cuento puedan lo embalsamaran. 

Cerramos su sepultura y nos despedimos con un sentido abrazo. No sabemos que será de nosotros. Tenemos miedo. Pensábamos que Él sería el libertador del pueblo y ya no está. 

Esto no puede terminar así. Hay que confiar en Dios, me digo. Pero acabo de enterrar a mi maestro y amigo, y me siento triste, totalmente devastado.