viernes, junio 24, 2022

Hofer, el perro II

 

Hofer, el perro II

 

Creo, estimado señor editor, que debemos cambiar el nombre de este relato, ya que mi nombre ya no es Hofer. Ahora es Hoferel.

 Sí pues. Como ustedes tal vez recuerden, yo fui el perrito que le regalaron sus padres a Yeshua ben Yosef, sí el mismo Jesús de Nazareth.

 Les contaba cómo él me puso por nombre Hofer, que significa excavador. Ah, de veras que eso no se los conté. Y como crecimos juntos, lo cuidé y lo protegí de sus enemigos, y que incluso llegué a dar mi vida por él. Y cómo pasaron los años hasta que lo dejé en manos de su ángel de la guarda, mi querido amigo Cassiel.

 Efectivamente pasaron los años y envejecí. Tengo que contarles que, aunque me costaba caminar, mi amo que ya era un joven hecho y derecho me cuidaba con mucho cariño.

Fallecí. Y fui enterrado bajo un antiguo olivo. Mi amo tuvo gestos conmigo que en aquel tiempo no eran muy comunes. Me envolvió en un manto de bordes azules, que según supe después, eran los pañales con que María lo había envuelto al nacer y que conservó por muchos años. Entiendo que no estaba muy conforme con esa decisión, pero consideró que me lo merecía.

Comprenderán que, si les estoy contando esto, es que algo pasó. Vamos para allá.

La cosa es que en cuanto cubrieron mi cuerpo con tierra hicieron una oración de agradecimiento y se retiraron. ¿Todos? No. Cassiel se quedó un rato más.

Cuando estuvo solo, me llamó. - Hofer, Hofer. Ven te estoy llamando. Te necesito.

Escuché “te necesito” y mi espíritu perruno salió de ese cuerpo en la tierra. Me sacudí y le di una lengüeteada como si no lo hubiese visto por siglos. Me dijo que me calmara y que si quería seguir acompañando a Jesús. - ¡Por supuesto!, le dije. -¡Excelente!- me respondió. Vamos a hacer algunos cambios, eso sí.

Yo estaba expectante y mi colita se movía con gran agitación.

Lo primero es que ya no tienes un cuerpo físico. ¿Cómo qué no?, dije yo. Si mi cola se mueve y mi corazón late acelerado. Mira bien, prosiguió.

Volví a mirarme y era verdad. Solo era el recuerdo de lo que alguna vez fui. Pero yo me sentía como un perro nuevo.

 Vas a ser un ángel, el primero de todos los perros ángeles del mundo. ¿Estás de acuerdo?

 -      ¡Por supuesto!, ladré con entusiasmo.

Tomó algunas aceitunas del olivo y batiéndolas entre sus manos hizo un aceite, un óleo sagrado que puso sobre mi cabeza, sobre mi espalda y finalmente en mi lengua. Eso último me desconcertó y le hice un ademán de incomodidad.

Se rio y me dijo, ahora mírate.

Me dijo, ahora eres un ángel, porque el Padre te necesita. Tu nuevo nombre será Hoferel, el perro excavador de Dios.

Ladré y sentí que las palabras brotaban, los pensamientos de los hombres me eran comprensibles y la sabiduría de los ángeles no me era indescifrable. Tenía sí que prestar atención, lo que siempre me costó en la vida.

Mi apariencia era la que recordaba de joven, pero ahora tenía alas. Era raro y entretenido.

 Tienes 3 pares de alas, como los serafines, dijo.

 -      Es genial-, le respondí.

 -      Vamos a lo nuestro. Te necesito para varias cosas-, dijo sin darme mucho tiempo para adaptarme a mi nueva condición.

Lo primero es que debes saber que podemos viajar en el tiempo y en el espacio. El futuro, sólo podemos observarlo. Y en el pasado, solo aquello que se te indique. Podemos cambiar de forma, hacernos entender por quién sea. Podemos ser amables o atemorizantes. Todo dependerá de nuestra misión. - ¿Estás de acuerdo?, volvió a preguntar.

Volví a responderle ¡por supuesto!, pero ya notaba la diferencia de trato. Antes recibía órdenes. Ahora me preguntaba si daba mi aprobación. Eso me hacía sentir muy orgulloso y feliz.

La primera misión -señaló- va a ser enfrentar de nuevo a los poderosos molossus.

Vamos para allá - le dije sin titubear.

En un segundo estaba de nuevo en aquella horrible escena en que los dos molossus intentaron atacar al pequeño Jesús. Es probable que no sepas que esas criaturas eran unas bestias feroces, antepasados de los actuales mastines, máquinas de guerra sin contemplaciones con sus víctimas.

Y allí pude ver a Cassiel alzando una gran espada con la que enfrentó a esas bestias. Lo que no recordaba es que en ese instante se cubrió con una armadura de color plateado brillante como la luz del sol. Vi al antiguo Hofer enfrentando con valentía al otro. Cuando mi antiguo yo estuvo en el suelo herido, Cassiel me dijo -es tu turno, ¡ataca! Recuerda que puedes ser cualquier cosa que quieras.

Me lancé contra él como un salchicha, pero luego me convertí en un rinoceronte, luego en un tábano y en un león. Lo volteaba, le mordía las patas, el vientre. Lo golpeaba una y otra vez. Luego me tornaba en un pequeño insecto que lo hostigaba.  Solo él podía verme y sus amos romanos no lograban entender contra quién luchaba. Eso los trastornaba ya que incluso los atacaba a ellos. No demoraron mucho en tomar la decisión de sacrificarlo y huir con gran vergüenza.

Cuando lo mataron levanté mi patita y lo oriné.

Cassiel me miró con cara de “¿Era eso necesario?” Yo me hice el leso y le eché un poco de tierra. Debo confesar mi satisfacción. No puedo ocultarlo.

Pude ser testigo del orgullo que todos sintieron del Hofer del pasado. Pero había quedado muy muy mal herido. En realidad, me había hecho trizas ese bandido. Y pude ver el cariño con que me cuidó mi amo querido.

La siguiente misión es menos conflictiva, pero no menos importante, dijo. Jesús nace en un pesebre y tenemos que prepararl. Yo les anunciaré a los pastores y tú debes arreglar eso. No va a haber seres humanos, solo animales de granja. Seres sin más interés que solo alimentarse y defecar.

 -      Listo -, le señalé.

Me dejó en Belén. Pude ver a mis queridos José y María pidiendo un lugar donde tener al niño. Pero las hospederías estaban llenas y las familias desconfiaban de estos extranjeros.

Alguien finalmente les ofrece el pesebre en que guardaba animales por la noche. Ellos se miraron con una mezcla de pesar y de aceptación, y emprendieron camino para allá.

Como estaban cerca, debí retroceder en el tiempo y entré a esa cueva. Era un lugar inhóspito, francamente horrible e insalubre. Yo entré y les hablé a los animales, y les dije que debían ordenar el lugar. Una vaca me miró con absoluto desdén y le dijo al buey - Mira este perro chico, que bullicioso que es.

Me acordé de la unción de mi lengua. Así que comencé a mugir, cacarear, rebuznar y lo que fuese necesario para que me entendieran.

Allí me miraron sorprendidos todos los animales. Y les explicaba que el rey del universo nacería aquí y que todos debíamos transformarlo en el lugar más digno de tal huésped.

Todos los animales presentes, hasta las hormigas, los pájaros y las gallinas se dieron a la tarea de sacar las basuras, ordenar, traer de un colgador cercano un pañal para el niño, las abejas trajeron ramas de lavanda y otras plantas aromáticas. Las ovejas prepararon la cuna con sus propios vellones. Todos se movían coordinados de un lugar a otro, se emperifollaron y esperaron al ilustre visitante.

Al llegar José, María y la partera quedaron sorprendidos que el modesto lugar no olía a heces u orines, sino a flores, a miel, a lana nueva, y que los animales parecían esperarlos. José incluso hizo un chiste sobre eso.

Los animales guardaron respetuosa distancia y silencio, el que se alteró tras el breve llanto del niño, ya que todos querían conocerlo. Yo aprovechando mis alas, me alcé sobre todos ellos y pude ver al pequeño sonriéndome. María estaba cansada pero contenta.

 Así seguí por muchos años hasta que me tocó acompañar a mi Señor hasta su calvario.

 Créanme que ardía para intervenir y quitárselo de sus captores, pero Cassiel me advirtió que solo seríamos espectadores. Él mismo se hubiese puesto su armadura y levantado sus armas para defenderlo, pero con pesar me dio el ejemplo.

Lloré a raudales por mi amo. Pregunté si al menos podía lamer sus heridas y ante la aprobación de Cassiel me día a esa tarea. Él me agradeció en voz baja, casi en un susurro. Hasta que levantó la voz para expirar.

Allí mis ojos se abrieron para ver a un ejército de ángeles que lloraban con nosotros, a horribles demonios que celebraban y a los cuales hubiese querido morder en sus partes nobles.

Cassiel me dijo que debíamos tener fe. Tú sabes que él te trajo de vuelta a la vida, así que debes confiar en él, me dijo con autoridad.

Bajé mi cabeza con vergüenza y le dije - Solo soy un perro que ama a su Señor y que sufro y me alegro con él. Esperaré.

Cassiel me llevó a la tumba en el amanecer del domingo y yo pude ver como se levantó de la tumba.

Lamentablemente un perro ángel no es un testigo válido, como tampoco lo eran las mujeres que lo vieron. Pero ustedes deben saber que ellas y este servidor fuimos los seres más felices del mundo. ¿Dije el mundo? No. De la historia.

 Así que queridos amigos, especialmente ustedes artistas de lo sagrado, si van a dibujar o esculpir ángeles o la corte celestial, no se olviden que también hay un paticortas con tres pares de alas allá en el firmamento.  No una, sino tres pares de alas.