martes, mayo 21, 2024

La Certeza

 Nuevo cuento: 


La Certeza

Me encontré nuevamente con la muerte. Su figura fantasmagórica se erguía ante mí, emanando una indiferencia que contrastaba con la tormenta de emociones que agitaban mi interior.

Me tendió su mano huesuda, sus cuencas vacías me perforaban con una mirada que lo sabía todo. La invitación era clara, ineludible. Un escalofrío recorrió mi columna mientras dudaba, debatiéndome entre el miedo a lo desconocido y la inevitable realidad que se presentaba ante mí.

"¿Y mis seres queridos?", pregunté con voz temblorosa. La incertidumbre por su futuro me atormentaba. ¿Qué sería de ellos sin mi presencia? ¿Cómo enfrentarían el mundo sin mi guía, sin mi apoyo?

"Vivirán, crecerán... o tal vez no", respondió la muerte con una apatía que heló mi corazón. Sus palabras resonaron en mi mente como un eco fúnebre, arrebatándome cualquier esperanza de un futuro predecible para aquellos que amaba.

"¿Y a quienes no alcancé a pedirles perdón?", volví a inquirir, esta vez con un atisbo de desesperación en mi voz. La culpa por las palabras no dichas y los actos pendientes me carcomía por dentro.

"Te perdonarán... o tal vez no", replicó la muerte con el mismo desdén. Su respuesta no me brindó ningún consuelo, solo profundizó el vacío y la desolación que ya me consumían.

"¿Y los proyectos que tenía, que me arrebataron la vida?", exclamé con rabia. La frustración por los sueños truncados y las metas inconclusas me invadía. "¿Y los árboles que planté? ¿Y la semilla que sembré?".

"Vivirán, crecerán... o tal vez no", reiteró la muerte, imperturbable ante mi desgarro emocional. Su indiferencia ante mis anhelos y esfuerzos me llenó de amargura, e incluso rabia.

Aun no resignado a mi destino, apretando los dientes con impotencia, le pregunté con voz firme: "¿Es que acaso no existe la certeza?". Anhelaba encontrar un ápice de seguridad en medio de la incertidumbre que me presentaba esta entidad.

Me miró con una sonrisa burlona, sus labios finos dibujando una mueca irónica. Con voz pausada, como saboreando cada palabra, me respondió: "Claro que existe. Yo soy la certeza".

Sin más, tomé su mano fría. La resignación se apoderó de mí, mientras comprendía que la muerte, con su cruel honestidad, era la única certeza que poseía, y me dejé guiar hacia la eternidad.