Nuevo cuento:
La Certeza
Me encontré nuevamente con la muerte. Su figura fantasmagórica se
erguía ante mí, emanando una indiferencia que contrastaba con la tormenta de
emociones que agitaban mi interior.
Me tendió su mano huesuda, sus cuencas vacías me
perforaban con una mirada que lo sabía todo. La invitación era clara, ineludible. Un escalofrío
recorrió mi columna mientras dudaba, debatiéndome entre el miedo a lo
desconocido y la inevitable realidad que se presentaba ante mí.
"¿Y mis seres queridos?", pregunté con
voz temblorosa. La
incertidumbre por su futuro me atormentaba. ¿Qué sería de ellos sin mi
presencia? ¿Cómo enfrentarían el mundo sin mi guía, sin mi apoyo?
"Vivirán, crecerán... o tal vez no",
respondió la muerte con una apatía que heló mi corazón. Sus palabras resonaron en mi
mente como un eco fúnebre, arrebatándome cualquier esperanza de un futuro
predecible para aquellos que amaba.
"¿Y a quienes no alcancé a pedirles
perdón?", volví a inquirir, esta vez con un atisbo de desesperación en mi
voz. La culpa
por las palabras no dichas y los actos pendientes me carcomía por dentro.
"Te perdonarán... o tal vez no", replicó
la muerte con el mismo desdén. Su respuesta no me brindó ningún consuelo, solo
profundizó el vacío y la desolación que ya me consumían.
"¿Y los proyectos que tenía, que me
arrebataron la vida?", exclamé con rabia. La frustración por los sueños
truncados y las metas inconclusas me invadía. "¿Y los árboles que
planté? ¿Y la semilla que sembré?".
"Vivirán, crecerán... o tal vez no",
reiteró la muerte, imperturbable ante mi desgarro emocional. Su indiferencia ante mis anhelos
y esfuerzos me llenó de amargura, e incluso rabia.
Aun no resignado a mi destino, apretando los
dientes con impotencia, le pregunté con voz firme: "¿Es que acaso no
existe la certeza?". Anhelaba encontrar un ápice de seguridad en medio de la incertidumbre
que me presentaba esta entidad.
Me miró con una sonrisa burlona, sus labios finos
dibujando una mueca irónica. Con voz pausada, como saboreando cada palabra, me
respondió: "Claro que existe. Yo soy la certeza".
Sin más, tomé su mano fría. La resignación se apoderó de mí,
mientras comprendía que la muerte, con su cruel honestidad, era la única
certeza que poseía, y me dejé guiar hacia la eternidad.