sábado, mayo 12, 2012

Cuento: El viejo


El viejo



El viejo. Así sencillamente le llamaban. Nadie sabía su nombre.
¿Su edad? Era otro misterio. Incluso mi padre me decía que lo había conocido ya anciano. 
Usaba una abundante barba y una ropa tan vieja como él, la cual vestía con dignidad de clérigo de tiempos remotos. No era muy comunicativo, apenas hablaba. Salvo unos gruñidos malhumorados. No faltaba quien decía que una antigua maldición lo tenía así.
Aparentaba ser un hombre distante, pero una vez hablé con alguien que lo vio llorar leyendo un amarillento diario en una plaza junto a un puerto en Europa.
Era un hombre culto y dominaba varios idiomas. Me tocó verlo escribir en hojas de papel grueso  pero fino, delicadas palabras en distintos idiomas. Reconocía el alemán, el cual escribía con una caligrafía bastante ornamentada para mi gusto, italiano, griego, ruso, árabe y hebreo. Tenía dificultades con el inglés y el francés. Pero escribía en por lo menos cinco idiomas más que no sabría reconocer.
Ocupaba su tiempo libre en mirar el mar. Permanecía horas sentado en el muelle mirando el horizonte y las actividades en el puerto, añorando tiempos gloriosos probablemente. Solo lo acompañaba una pequeña flauta que él había hecho. En ocasiones los niños se sentaban junto a él, pero se retiraban ante su silencio.
Para mí no sólo era un personaje. En la medida que crecí se transformó en un desafío. Quería escrudiñar en sus recuerdos. Lo logré pidiéndole que me ayudara a escribir cartas de amor, para una supuesta novia que había dejado en el sur y que esperaba mi regreso, cuando iba a leer a la biblioteca pública.  Pude comprobar allí que era un hombre que cargaba toda una historia. De eso a pedirle que me ayudara a escribir artículos históricos para la Wikipedia no fue difícil. Era algo extraño unir a un hombre como él con las tecnologías de la información y la comunicación. Particularmente le atraía la historia antigua y los grandes héroes griegos. Podría jurar que lo vi sonreír al leer la Odisea.
Su nombre era algo que mantenía bajo siete llaves. Nosotros lo asumimos y no hacíamos problema cuando sacaba un libro del estante y se sentaba en la sala de lectura. Escribíamos en la papeleta Manuel y en la edad 77 años. Ambos datos eran simbólicos, pero nos permitía personalizar nuestra relación con este excéntrico personaje.
Yo revisaba los libros que leía y las anotaciones que hacía en ellos. Con cierto temor me acerqué un día y le pregunté en griego antiguo: ¿Su nombre es Ulises, verdad? Me miró con una extraña expresión. Sus ojos se hicieron pequeños  y acercando su delgado dedo a la boca hizo ademan de exigirme silencio.
Esa fue la última vez que lo vi. Aun creo que lo ayudé a liberarse de la inmortalidad.

1 comentario:

Unknown dijo...

don leopoldo, que sorpresa mas agradable el poder verlo, no sabia de esto, es usted un hombre de exelencia, me ayudo mucho a mi y a mi padre cuando el vivia, es maravilloso poder contactarlo aqui, un abrazo y todo el carió que merece con el mayor respeto de mi parte.
sandro luan gonzalez.