viernes, abril 10, 2020

Cuento Hoy muere mi Dios


Hoy muere mi Dios

Hoy muere mi Dios. Ya fue condenado y hoy morirá entre bandidos en medio de sufrimientos atroces. El que había hecho tanto bien muere como un malhechor.

Pero antes fue detenido. Nos pidió que lo acompañásemos, pero me distraje. Me dio sueño y no permanecí en vigilia. Llegaron entre sombras y lo prendieron. Yo saqué mi espada e intenté defenderlo. Eran más que nosotros, pero yo no iba a permanecer como si nada. Mas, Él tomó mi mano y curó al que yo herí. 

No se resistió. Nos dijo que milicias celestiales estaban a su servicio y actuarían si Él lo requiriese. No lo hizo. Y partió mansamente.

Nosotros huimos y nos dispersamos. Ya no sentíamos ese triunfalismo que teníamos cuando nos mandó a expulsar demonios en su nombre, como el que experimentamos cuando lo veíamos resucitar a los muertos, curar a los enfermos, y saciar a los hambrientos. Nos sentimos indefensos, débiles. 

Pese a mi temor, no lo quise abandonar y estuve con Pedro en el palacio del Sumo sacerdote. Fuimos testigos de su juicio inicuo, lleno de falsos testimonios. El que dejaba callados a los maestros de la ley permanecía en silencio, salvo cuando les dijo que lo verían sentado a la diestra del Padre. ¡Qué momento fue ese! No tuvo abogado que lo defendiera. Nadie presentó un habeas corpus en su favor.

Pese a mis deseos, nos reconocieron. Y Pedro lo negó, una y otra y otra vez. Yo estaba con Pedro, y yo era Pedro. Y el gallo cantó y lloramos y nos sentimos podridos.

Hoy es juzgado por Pilatos. Pilatos sabe que es inocente, pero le preocupa demasiado quedar bien con sus superiores y mantener la apariencia de tranquilidad, y lo que las encuestas dicen. Y le han dicho que Jesús es un alborotador. Su juicio no será justo. Las masas han sido agitadas. Nuestros líderes quieren matarlo, pero no pueden. Por ello necesitan que Pilatos a quien odian tanto o más que a Jesús lo ordene. Ellos lo tienen claro: es mejor que muera un solo hombre y no que la nación perezca. A veces hay romper algunos huevos para hacer una tortilla, habría dicho otro.

Efectivamente, organizaron a una multitud para dar la apariencia que el pueblo los apoyaba. Yo estaba ahí, pero éramos una inmensa minoría. Nuestra voz no lograba alzarse sobre sus gritos. No estaban allí las multitudes a las que enseñó y trato con misericordia. No era la voz del pueblo, menos la voz de Dios.

Pilatos intentó un último recurso. Darles a elegir entre Jesús y un delincuente llamado Barrabas. Un revolucionario según algunos. La apuesta de Pilatos era espectacular. La gente de bien iba a optar por Jesús un hombre bueno y condenarían a un antisocial. No fue así. La masa enfervorizada gritaba que liberasen a Barrabas y condenasen a Jesús. Más aun pedían la crucifixión para Él.

Pilatos accedió y se los entregó. Fue humillado y torturado brutalmente. Se reían. Y herido y todo lo obligaron a cargar el madero de la cruz en que sería ejecutado. Lo acompañamos, pero no podíamos hacer nada. Las mujeres lloraban y Él en el camino de su calvario las consolaba.

Pero sus fuerzas humanas no daban más. Y los soldados le ordenaron a un hombre que solo pasaba por allí que cargase su cruz. Y allí nos acordamos de cuando nos decía: El que quiera seguirme, niéguese a si mismo y tome su propia cruz. ¿A esto te referías, Señor?

Llegamos al Gólgota. Y comenzó el procedimiento. Los romanos expertos en ejecuciones de este tipo actuaron siguiendo el protocolo al cual estaban acostumbrados sin mostrar ninguna compasión. Que momento más brutal fue cuando elevaron la cruz con su cuerpo. Y otro recuerdo vino a nuestra mente: Aquel en que le dijo a Nicodemo, que tal como Moisés levantó la serpiente en el desierto, de la misma forma el Hijo del hombre debía ser elevado. Quedamos totalmente desconcertados.

Fue crucificado en medio de malhechores. Uno lo insultaba, haciéndose eco de lo que los malvados gritaban: Sálvate a ti mismo y a nosotros. Sentimos rabia con él, pero en el fondo de nuestro corazón, era lo que le queríamos decir: Tú que todo lo puedes, sálvate y sálvanos que sin ti no somos nada. 

En ese momento, tomamos conciencia que no iba a quedar nada. Nunca nos tomamos una selfie con Él, nadie grabó un video con sus discursos. Nadie lo registró. No era posible. El maestro no puede ser olvidado. Sus palabras deben permanecer. 

Y miramos al otro ladrón quien reprendió a su compañero de andanzas, diciéndole:  Somos pecadores. Nos merecemos este mal. Y este hombre es inocente. Luego le pidió que se acórdase de él en su Reino. Ese criminal tenía más fe que nosotros que lo habíamos seguido y que éramos sus testigos. El tenía la certeza que Jesús iba a estar a la diestra del Padre. Que hermoso consuelo, escucharle a Nuestro Señor decirle "Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".

Aun en medio de su ejecución, y con el poco aire que tenía en sus pulmones siguió enseñándonos. Como sería su preocupación, que le pidió a Juan que cuidase a su madre. Pero no solo eso. Sino que le pidió que él la adoptase como madre propia.

Pero la hora llegó y dando un grito entregó su espíritu al Padre. 

Tras ello pasaron muchas cosas. Pese a que nuestros ojos ya no tenían más lágrimas pudimos verlo: El centurión que lideraba las tropas lo reconoció como un hombre justo, tembló la tierra, hubo resurrecciones de personas santas, y el velo del templo en un hecho que los sacerdotes no pudieron ocultar, se rajó de arriba a abajo.

¡Ay, mi Señor! Que dolor ver tu cuerpo lacerado colgando del madero. Y no tenemos donde darte una digna sepultura. Las funerarias ya no atienden. Pero un hombre bueno ha pedido permiso para sepultar tu cuerpo. Él ha facilitado su propio sepulcro para ello. Pero Nuestro Señor debería tener un sepulcro mejor. Deberíamos levantar un mausoleo de mármol en que depositar su sagrado cuerpo y allí escribir cada una de sus bienaventuranzas. 

Bajar su cuerpo, fue una de las cosas más tristes que he vivido. Compartir el dolor de su madre, que lo acariciaba y nos comentaba tantos momentos hermosos que vivieron juntos. Nos complicaba decirle que ya se acercaba el Sabbat y que debíamos llevarlo al sepulcro. Ella nos entendió y nos lo entregó.

Ya está su cuerpo depositado en el sepulcro. No alcanzamos ni siguiera a lavarlo con perfumes como corresponde, menos a vestirlo. Apenas alcanzamos a amortajarlo con una sola tela. Las mujeres nos han dicho que en cuento puedan lo embalsamaran. 

Cerramos su sepultura y nos despedimos con un sentido abrazo. No sabemos que será de nosotros. Tenemos miedo. Pensábamos que Él sería el libertador del pueblo y ya no está. 

Esto no puede terminar así. Hay que confiar en Dios, me digo. Pero acabo de enterrar a mi maestro y amigo, y me siento triste, totalmente devastado.

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