Hofer, el perro
II
Creo,
estimado señor editor, que debemos cambiar el nombre de este relato, ya que mi
nombre ya no es Hofer. Ahora es Hoferel.
Sí
pues. Como ustedes tal vez recuerden, yo fui el perrito que le regalaron sus
padres a Yeshua ben Yosef, sí el mismo Jesús de Nazareth.
Les
contaba cómo él me puso por nombre Hofer, que significa excavador. Ah, de veras
que eso no se los conté. Y como crecimos juntos, lo cuidé y lo protegí de sus
enemigos, y que incluso llegué a dar mi vida por él. Y cómo pasaron los años
hasta que lo dejé en manos de su ángel de la guarda, mi querido amigo Cassiel.
Efectivamente
pasaron los años y envejecí. Tengo que contarles que, aunque me costaba
caminar, mi amo que ya era un joven hecho y derecho me cuidaba con mucho
cariño.
Fallecí.
Y fui enterrado bajo un antiguo olivo. Mi amo tuvo gestos conmigo que en aquel
tiempo no eran muy comunes. Me envolvió en un manto de bordes azules, que según
supe después, eran los pañales con que María lo había envuelto al nacer y que
conservó por muchos años. Entiendo que no estaba muy conforme con esa decisión,
pero consideró que me lo merecía.
Comprenderán
que, si les estoy contando esto, es que algo pasó. Vamos para allá.
La
cosa es que en cuanto cubrieron mi cuerpo con tierra hicieron una oración de
agradecimiento y se retiraron. ¿Todos? No. Cassiel se quedó un rato más.
Cuando
estuvo solo, me llamó. - Hofer, Hofer. Ven te estoy llamando. Te necesito.
Escuché
“te necesito” y mi espíritu perruno salió de ese cuerpo en la tierra. Me sacudí
y le di una lengüeteada como si no lo hubiese visto por siglos. Me dijo que me
calmara y que si quería seguir acompañando a Jesús. - ¡Por supuesto!, le dije.
-¡Excelente!- me respondió. Vamos a hacer algunos cambios, eso sí.
Yo
estaba expectante y mi colita se movía con gran agitación.
Lo
primero es que ya no tienes un cuerpo físico. ¿Cómo qué no?, dije yo. Si mi
cola se mueve y mi corazón late acelerado. Mira bien, prosiguió.
Volví
a mirarme y era verdad. Solo era el recuerdo de lo que alguna vez fui. Pero yo
me sentía como un perro nuevo.
Vas
a ser un ángel, el primero de todos los perros ángeles del mundo. ¿Estás de
acuerdo?
-
¡Por supuesto!, ladré con entusiasmo.
Tomó
algunas aceitunas del olivo y batiéndolas entre sus manos hizo un aceite, un
óleo sagrado que puso sobre mi cabeza, sobre mi espalda y finalmente en mi
lengua. Eso último me desconcertó y le hice un ademán de incomodidad.
Se
rio y me dijo, ahora mírate.
Me
dijo, ahora eres un ángel, porque el Padre te necesita. Tu nuevo nombre será
Hoferel, el perro excavador de Dios.
Ladré
y sentí que las palabras brotaban, los pensamientos de los hombres me eran
comprensibles y la sabiduría de los ángeles no me era indescifrable. Tenía sí
que prestar atención, lo que siempre me costó en la vida.
Mi
apariencia era la que recordaba de joven, pero ahora tenía alas. Era raro y
entretenido.
Tienes
3 pares de alas, como los serafines, dijo.
-
Es genial-, le respondí.
-
Vamos a lo nuestro. Te necesito para varias cosas-, dijo sin
darme mucho tiempo para adaptarme a mi nueva condición.
Lo
primero es que debes saber que podemos viajar en el tiempo y en el espacio. El
futuro, sólo podemos observarlo. Y en el pasado, solo aquello que se te
indique. Podemos cambiar de forma, hacernos entender por quién sea. Podemos ser
amables o atemorizantes. Todo dependerá de nuestra misión. - ¿Estás de
acuerdo?, volvió a preguntar.
Volví
a responderle ¡por supuesto!, pero ya notaba la diferencia de trato. Antes
recibía órdenes. Ahora me preguntaba si daba mi aprobación. Eso me hacía sentir
muy orgulloso y feliz.
La
primera misión -señaló- va a ser enfrentar de nuevo a los poderosos molossus.
Vamos
para allá - le dije sin titubear.
En
un segundo estaba de nuevo en aquella horrible escena en que los dos molossus
intentaron atacar al pequeño Jesús. Es probable que no sepas que esas criaturas
eran unas bestias feroces, antepasados de los actuales mastines, máquinas de
guerra sin contemplaciones con sus víctimas.
Y
allí pude ver a Cassiel alzando una gran espada con la que enfrentó a esas
bestias. Lo que no recordaba es que en ese instante se cubrió con una armadura
de color plateado brillante como la luz del sol. Vi al antiguo Hofer
enfrentando con valentía al otro. Cuando mi antiguo yo estuvo en el suelo
herido, Cassiel me dijo -es tu turno, ¡ataca! Recuerda que puedes ser cualquier
cosa que quieras.
Me
lancé contra él como un salchicha, pero luego me convertí en un rinoceronte,
luego en un tábano y en un león. Lo volteaba, le mordía las patas, el vientre.
Lo golpeaba una y otra vez. Luego me tornaba en un pequeño insecto que lo
hostigaba. Solo él podía verme y sus
amos romanos no lograban entender contra quién luchaba. Eso los trastornaba ya
que incluso los atacaba a ellos. No demoraron mucho en tomar la decisión de
sacrificarlo y huir con gran vergüenza.
Cuando
lo mataron levanté mi patita y lo oriné.
Cassiel
me miró con cara de “¿Era eso necesario?” Yo me hice el leso y le eché un poco
de tierra. Debo confesar mi satisfacción. No puedo ocultarlo.
Pude
ser testigo del orgullo que todos sintieron del Hofer del pasado. Pero había
quedado muy muy mal herido. En realidad, me había hecho trizas ese bandido. Y
pude ver el cariño con que me cuidó mi amo querido.
La
siguiente misión es menos conflictiva, pero no menos importante, dijo. Jesús
nace en un pesebre y tenemos que prepararl. Yo les anunciaré a los pastores y
tú debes arreglar eso. No va a haber seres humanos, solo animales de granja.
Seres sin más interés que solo alimentarse y defecar.
-
Listo -, le señalé.
Me
dejó en Belén. Pude ver a mis queridos José y María pidiendo un lugar donde
tener al niño. Pero las hospederías estaban llenas y las familias desconfiaban
de estos extranjeros.
Alguien
finalmente les ofrece el pesebre en que guardaba animales por la noche. Ellos
se miraron con una mezcla de pesar y de aceptación, y emprendieron camino para
allá.
Como
estaban cerca, debí retroceder en el tiempo y entré a esa cueva. Era un lugar
inhóspito, francamente horrible e insalubre. Yo entré y les hablé a los animales,
y les dije que debían ordenar el lugar. Una vaca me miró con absoluto desdén y
le dijo al buey - Mira este perro chico, que bullicioso que es.
Me
acordé de la unción de mi lengua. Así que comencé a mugir, cacarear, rebuznar y
lo que fuese necesario para que me entendieran.
Allí
me miraron sorprendidos todos los animales. Y les explicaba que el rey del
universo nacería aquí y que todos debíamos transformarlo en el lugar más digno
de tal huésped.
Todos
los animales presentes, hasta las hormigas, los pájaros y las gallinas se
dieron a la tarea de sacar las basuras, ordenar, traer de un colgador cercano
un pañal para el niño, las abejas trajeron ramas de lavanda y otras plantas
aromáticas. Las ovejas prepararon la cuna con sus propios vellones. Todos se
movían coordinados de un lugar a otro, se emperifollaron y esperaron al ilustre
visitante.
Al
llegar José, María y la partera quedaron sorprendidos que el modesto lugar no
olía a heces u orines, sino a flores, a miel, a lana nueva, y que los animales parecían
esperarlos. José incluso hizo un chiste sobre eso.
Los
animales guardaron respetuosa distancia y silencio, el que se alteró tras el
breve llanto del niño, ya que todos querían conocerlo. Yo aprovechando mis
alas, me alcé sobre todos ellos y pude ver al pequeño sonriéndome. María estaba
cansada pero contenta.
Así
seguí por muchos años hasta que me tocó acompañar a mi Señor hasta su calvario.
Créanme
que ardía para intervenir y quitárselo de sus captores, pero Cassiel me
advirtió que solo seríamos espectadores. Él mismo se hubiese puesto su armadura
y levantado sus armas para defenderlo, pero con pesar me dio el ejemplo.
Lloré
a raudales por mi amo. Pregunté si al menos podía lamer sus heridas y ante la
aprobación de Cassiel me día a esa tarea. Él me agradeció en voz baja, casi en
un susurro. Hasta que levantó la voz para expirar.
Allí
mis ojos se abrieron para ver a un ejército de ángeles que lloraban con
nosotros, a horribles demonios que celebraban y a los cuales hubiese querido
morder en sus partes nobles.
Cassiel
me dijo que debíamos tener fe. Tú sabes que él te trajo de vuelta a la vida,
así que debes confiar en él, me dijo con autoridad.
Bajé
mi cabeza con vergüenza y le dije - Solo soy un perro que ama a su Señor y que
sufro y me alegro con él. Esperaré.
Cassiel
me llevó a la tumba en el amanecer del domingo y yo pude ver como se levantó de
la tumba.
Lamentablemente
un perro ángel no es un testigo válido, como tampoco lo eran las mujeres que lo
vieron. Pero ustedes deben saber que ellas y este servidor fuimos los seres más
felices del mundo. ¿Dije el mundo? No. De la historia.
Así
que queridos amigos, especialmente ustedes artistas de lo sagrado, si van a
dibujar o esculpir ángeles o la corte celestial, no se olviden que también hay
un paticortas con tres pares de alas allá en el firmamento. No una, sino tres pares de alas.