miércoles, noviembre 18, 2020

 Destino universal de los bienes y el bien común.

Uno de los más importantes principios de la Justicia Social según la ética cristiana y que se origina ya desde los primeros versículos de la Biblia, y que la Doctrina Social de la Iglesia ha destacado a partir de sus primeros documentos es el Destino Universal de los Bienes. Paradojalmente uno de los menos conocidos, y que está íntimamente ligado al Bien común.

El Catecismo católico, al respecto, señala “Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para que tenga cuidado de ellos, los domine mediante su trabajo y se beneficie de sus frutos (cf Gn 1,26–29). Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano. Sin embargo, la tierra está repartida entre los hombres para dar seguridad a su vida, expuesta a la penuria y amenazada por la violencia” (Catecismo 2402). El Magisterio de la Iglesia, al respecto ha señalado desde hace mucho tiempo sobre la propiedad, que, si bien, la apropiación de bienes es legítima para garantizar la libertad y la dignidad de las personas, para ayudar a cada uno a atender sus necesidades fundamentales y las necesidades de los que están a su cargo (Cat. 2402), existe sobre ella una “hipoteca social” (Enc. Sollicitudo rei sociales 42), es decir que, la tradición cristiana no acepta el derecho a la propiedad privada como absoluto e intocable, al contrario siempre ha expresado que la propiedad privada es “en su esencia, sólo un instrumento para el respeto del principio del destino universal de los bienes, y por lo tanto, en último análisis, un medio y no un fin” (Compendio DSI 177), y por tanto sujeta a un fin social, cual es el bien común, vale decir, “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección” (Comp. DSI 164).

Nadie puede afirmar como Caín: “No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?” (Gen. 4,9). Cada uno está llamado a “colaborar, según las propias capacidades en su consecución y desarrollo” (Comp. DSI 167). Los cristianos no podemos desentendernos de la participación en la política como un medio inevitable de ejercer la caridad con el prójimo. “El criterio básico de la participación de los cristianos en la vida política ha de ser siempre la consecución del bien común, como bien de todos los hombres y de todo el hombre”. (Simposio De Doctrina Social De La Iglesia en el 40º Aniversario de Pacem in Terris, Conferencia episcopal española, 2003).

Sería fácil mirar para el lado o responder cínicamente como Caín a la invitación a participar, a construir el bien común, pero de manera alguna puede afirmarse que no estamos convocados a trabajar junto con otros para construir una sociedad más justa.

El Padre Hurtado en una de sus más hermosas reflexiones criticaba la pusilanimidad, de quien cree que no vale nada, o que su esfuerzo no tiene ninguna relevancia. El mismo Jesús, que todo lo puede, ante las multitudes hambrientas les dice a sus discípulos (que sólo tenían un par de peces machucados y cinco panes duros) “denles de comer” (Mt. 14, 13-21), haciéndolos responsables, pese a sus pobres recursos, del bienestar de otros, y estos pocos panes y peces en sus manos alimentan a millares. Esa modesta contribución deja satisfecho a una multitud.

¡Qué emoción nos ha producido ver a un joven deteniendo los tanques en Tiananmen, a otro en Santiago o en Lima, resistiendo la injusticia como diciendo “yo puedo cambiar la historia”!

Decía el Padre Hurtado que, “uno es santo o burgués, según comprenda o no esta visión de eternidad. El burgués es el instalado en este mundo, para quien su vida sólo está aquí. Todo lo mira en función del placer”. No tiene ninguna conciencia de lo que decía el personaje de la película El gladiador, Máximo Décimo Meridio, “lo que hacemos en vida resuena en la eternidad”

El destino nos interpela: ¿Estás dispuesto a vivir, como pocos, con heroísmo y pararte delante del mal, ya sea un tanque o la opresión?, y preguntarte, ¿qué haría Cristo en mi lugar?



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